miércoles, 9 de mayo de 2012

UN INTERESANTE MURAL EN EL ANTIGUO EDIFICIO DE LA CROM


Centro histórico

Por Víctor Manuel Martínez

USOS Y COSTUMBRES
DE LOS PORTEÑOS

Los manzanillenses no vamos al parque o a la plaza; vamos al jardín o al jardincito, que viene siendo lo mismo, pero en nuestra manera muy propia de llamar a las cosas. Los foráneos se quedan de a seis, cuando un local les habla del jardín, refiriéndose a estos espacios públicos, arbolados, con fuentes y bancas, que en todo el mundo de habla castellana son llamados parques o plazas.

Recuerdo una anécdota de un familiar, manzanillense, que viajó a la ciudad de Morelia, a visitar a sus tías y primas. Al segundo día de andar paseando por aquella bonita ciudad colonial, el porteño expresó su deseo de que le llevaran al jardín, y extrañados, los morelenses le concedieron su deseo y le llevaron al Jardín Botánico, que al coterráneo le pareció magnífico, aunque se extrañó de que, en su lógica, no le hayan llevado al jardín. Al tercer día, volvió a repetir su petición, y los de Morelia se extrañaron de que quisiera repetir la experiencia del botánico; pero sin respingar, volvieron a hacer el recorrido idéntico al del día anterior. Nuestro paisano se extrañó de la repetición. Al cuarto día, las primas de la ciudad Michoacana, un poquito enfadadas le dijeron a su visita que mejor fueran a la plaza. Fue hasta llegar ahí que mi familiar les dijo que ese era el lugar al que desde el primer día había querido ir, y fue hasta entonces que entendieron la diferencia en el lenguaje coloquial nuestro al de allá, y lo que esto implica a la hora de comunicarse con quien no está familiarizado.

El decirle jardines a las plazas y parques en una costumbre colimense en general, no sólo de nuestro ciudad; aunque con la migración que nuestro puerto ha tenido, por su boom económico debido al puerto y el turismo, los nuevos espacios públicos que se han construido en ocasiones empiezan a ser conocidos como parques o plazas, y ya no tanto como jardines, o se usan los dos nombres de manera alternativa.

UN INTERESANTE MURAL EN EL
ANTIGUO EDIFICIO DE LA CROM

Y siguiendo con el tema de los murales en Manzanillo, dentro de la misma área del centro histórico, en el edificio antiguo de la CROM, sede de la unión de estibadores y jornaleros del Pacífico, hay varios murales muy interesantes y antiguos. En  el descanso de la escalera un poco antes de llegar a la segunda planta (sitio este –la segunda planta- donde en los años setentas y ochentas se hacían las ceremonias cívicas y culturales de las escuelas primarias y secundarias, así como graduaciones de preparatorias, academias y carreras técnicas), se halla un mural muy interesante, del que no se consigna firma del autor, el cual está dividido claramente en tres partes, a modo de un tríptico; pero aquí se trata de una sola pintura, sobre un mismo tema, y sobre una misma barda.

Este mural nos muestra la evolución del trabajo de la estiba, de la carga de la mercancía en el puerto, a través de los años y las décadas. Abarca un período muy amplio, muy bien representado, con pasajes muy ilustradores de esta actividad, que a su luz se entiende lo ligada que ha estado siempre al desarrollo de nuestra ciudad y puerto.

La primera etapa se dice que comprende de 1919 a 1939. El escenario es El Playón, que se ve que era todo de tierra aplanada, y hay un pequeño y endeble muellecito de madera. Hasta ahí se ve que llega un lanchón con carga, y desde a bordo unos trabajadores se la pasan a los cargadores, los estibadores, quienes se los ponen a la espalda y los amarran por medio de unas tiras como de cuero, que van sujetas a la cabeza firmemente. El trabajador portuario va casi desnudo, sin camisa, con una gruesa faja alrededor del estómago y la cintura, luego un pantalón arremangado o cortado hasta casi las rodillas, y calzado con huaraches. Trabaja así bajo el ardiente rayo del sol. Al fondo, se observan los sectores muy poco poblados, sólo con unas cuantas casitas de madera, y el resto del cerro cubierto con una vegetación muy agreste. Son La Cruz y El Vigía.

La segunda sección corresponde a los años 1940 a 1964. Ahí ya se ve que el trabajo se hace sobre piso firme, de material, concreto. El trabajador va vestido con su camisa y pantalón, zapatos cerrados y se cubre del sol con un sombrero rústico de ala pequeña (no de campesino). No se aprecia que lleve faja alguna. Se auxilia para su labor de mover la carga con algo semejante a lo que hoy conocemos como diablito, muy rústico, muy grueso, tosco, a base de madera, similar al que se puede observar conservado en la sala de exhibición del Archivo Histórico de Manzanillo. Tiene unas ruedas grandes y resistentes, y sobre el se mueve ahora la carga, no sobre la espalda. El estibador está llevando su carga a embarcar en un vagón de tren carguero, perteneciente a la ya desaparecida paraestatal Ferrocarriles Nacionales de México.

En la tercera y última etapa representada, que va de 1965 a 1975, ya se observa al trabajador portuario usando maquinaria moderna; más precisamente un montacargas, en el cual está movilizando una caja de madera muy rústica, muy diferente a los actuales contenedores o TEUS –mucho más pequeños y toscos-, pero que ya daban una utilidad relativamente parecida. Se observa detrás del montacargas el muelle fiscal, dando a entender que esa carga la acaba de descargar de un buque atracado ahí, el cual se puede ver como un barco moderno, al que se le alcanza a ver el nombre de Hosenger, aunque sus dimensiones son mucho más reducidas a cualquier barco mercante de los que en nuestros días arriban a Manzanillo.

Al parecer, la pintura, según recuerdan algunos cromianos, se realizó y entregó en el año de 1976, aunque no se trata esta de una fecha precisa, pues en la superficie del trabajo pictórico –un mural de reducido tamaño-, no hay firma del autor, ni fecha de elaboración. Desde luego que este no es el único interesante y valioso mural existente dentro del antiguo edificio del sindicato de la CROM, y en futuras oportunidades hablaremos de ellos. También hay algunos murales modernos, que se plasmaron con motivo de la instalación en esta misma antigua edificación del Museo de la Tortura.

COCODRILOS
SIEMPRE HA HABIDO

Recientemente se le ha dado mucho realce a la aparición de algunos caimanes de tamaño mediano y grande –algunos de hasta tres metros-, en algunas partes de las márgenes de la laguna que lindan con colonias. Se les han visto cerca de Punta Grande, la Alameda, los canales de la Unidad Padre Hidalgo y la Bonanza. No se ha dado, sin embargo, ningún ataque importante a personas, y creo que ni siquiera a perros; pues junto a los canales del Seguro hay gatos y perros que caminan cerca del agua. Lo único que se sabe que se han almorzado son algunas gallinas, más generalmente basura y, sobre todo, peces, ya que hay peces en los canales. Antes se podía ver a algunas personas que andaban pescando chococos, que son unos peces nada bonitos, y que gustan de vivir en aguas turbias, pues se alimentan de desechos, y constituyen una buena comida para los caimanes, así como las tortugas. Algunas familias de muy escasos recursos del barrio de San José también se los comían.

Ya en los tiempos en que el mercado se instaló temporalmente en los canales del Seguro en un improvisado tianguis, mientras se construía el moderno mercado actualmente en funcionamiento, era famoso un gran reptil de esta clase, que no le tenía miedo a la gente, ni tampoco la atacaba, el cual salía a la orilla para ser alimentado por los carniceros o empleados de las pescaderías, mientras la gente lo admiraba asombrada.

Antes de 1870, cuando todavía no se contaba con el servicio del Vapor Colima -pequeña embarcación que llevaba pasaje y carga a través de la laguna desde el río Armería al puerto, y viceversa, y que atracaba en lo que hoy es el centro comercial-, se decía que los cocodrilos asustaban a quienes hacían este camino a pie por el camino, bordeado por la laguna, y hacían lo mismo con las monturas, a las que no le tenía ningún miedo. Torres Quintero habla de su presencia. Incluso, yo especulo que estos cocodrilos, que lo mismo andan en la laguna que en el mar, son la base de la leyenda de El Gentil.

Para los pocos que quizá no lo sepan, este es un monstruo mitológico de nuestra región, que merodea desde las playas cercanas a Tecomán, Armería, Cuyutlán y Manzanillo, y que ataca a los pescadores, jalándolos al mar, donde los ahoga. Es una criatura humanoide, es decir, ligeramente antropomórfica, que tiene, sin embargo, pies palmeados como las aletas de los buzos, y características tanto de pez como de lagarto, que nada con la velocidad de un delfín y también camina sobre la arena mojada a gran velocidad, pero que no traspasa el límite de lo que moja el agua. “El Sapo” Woodward, un famoso pescador, afirma haber visto a un Gentil en varias ocasiones, en la playa de El Rompeolas. También no hace mucho circuló una foto en el internet de un supuesto Gentil muerto.

También en el último año se han reportado apariciones cada vez más frecuentes de cocodrilos en las playas, siendo la de Las Brisas donde se les ha visto con mayor frecuencia. ¿Serán estos animales el origen de la leyenda de El Gentil?

UN PUERTO
CALUROSO

Por su posición geográfica, Manzanillo ha sido siempre un puerto húmedo, caluroso. Las estaciones tradicionalmente se decía que eran dos nada más: lluvias y secas. En las secas bajaba tanto el nivel de la laguna, que todo el puerto apestaba. También se tenía la presencia numerosa de molestos mosquitos. Esto ocasionaba enfermedades, algunas de ellas mortales. Por eso, los viajeros que desembarcaban en el puerto, se iban rápidamente de aquí hacia la ciudad de Colima o Guadalajara.

Afortunadamente, con la apertura de El Túnel, los malos olores en las épocas de sequía desaparecieron, pues todo el tiempo el vaso lacustre se puede alimentar del mar para mantener más o menos estables sus niveles. De ahí, de ese calor combinado con humedad, viene la costumbre -que cada vez va quedando más en desuso- de que las personas se durmieran hasta muy noche, platicando en sillas que sacaban a la banqueta, al fresco, y era así como se hacía amistad y plática con los vecinos.

La humedad reinante, sofocante, hacia que fueran muy populares las bebidas refrescantes, sobre todo las hechas a base de hielo, como los raspados de frutas naturales. Cuando usted pedía un raspado de sabor leche, se lo servían con una preparación dulce que preparaba el raspadero a base de leche; no como ahora, que le vacían dulce directamente de una lata de un postre comercial, conocido como Lechera. Los jarabes los hacía el raspadero.

Claro que los raspados no son propios de nuestra región; pero sí lo es el tejuino. Cuando se conoce por primera vez cuales son los ingredientes con que se elabora, no parece ser una bebida muy atractiva al paladar; masa aceda, limón, sal y hielo. Sin embargo, cuando el insolado paseante prueba un vaso de esta preparación, se enamora de ella al momento. También de nuestro estado de Colima es el bate; pero esta bebida nunca prosperó en el puerto, quien sabe porque razón.

La tuba, en cambio, nos llegó de las Filipinas, desde los tiempos en que pasaban por el litoral los Galeones o Naos de la China; pues esta bebida fue importada del sudeste asiático. Es hecha de la sabia del tronco de la palmera, que alguien experto recolecta en un jarro para hacer la tuba. Se sirve también preparada con fruta picada y adornada con cacahuates, o más recientemente con nueces en trocitos.

También antes de que llegaran las grandes refresqueras nacionales, teníamos refrescos de coco embotellados y de otros sabores. Por el jardín principal estaba la refresquera de Enciso, hacia El Playón. Aunque, hay que decir que no hay nada como un coco natural, tan refrescante sin necesidad de hielo ni refrigerador. Ya sea de la areca o palma de los cocos de oro, que da frutos más dulces, o el del cocotero clásico, este fruto, importado de las Islas Salomón primeramente, por el navegante Álvaro de Mendaña, es ya parte indisoluble de nuestro paisaje costero.

Pero, ahora resulta que en Manzanillo ha empezado a hacer frío. Se reporta que en días pasados el termómetro bajó a los 14 grados centígrados. Es primavera, y el acostumbrado calor sofocante no ha llegado todavía. De veras que el clima está loco.

¡Que bonito es Manzanillo!




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