lunes, 14 de mayo de 2012

RECUERDOS DE LA PLAYITA DE EN MEDIO DE ISIDRO NAVA CORONA


Centro histórico

RECUERDOS DE LA PLAYITA DE EN
MEDIO DE ISIDRO NAVA CORONA

Por Víctor Manuel Martínez

Don Isidro Nava Corona es alguien que quiere a su barrio, donde nació, creció y hasta la fecha vive. Vino al mundo en 1953, y recuerda que era un barrio muy poco poblado, donde todos se conocían; pero no por nombre, sino por apodo.

EL ASTILLERO Y LOS TALLERES
MARÍTIMOS DE CORDERA Y GARCÍA MIER

La principal diversión de los chicos de la playita eran bañarse en el mar, por lo que todos eran consumados nadadores. Recuerda que esa playa era bastante extensa, de manera que se podían varar barcos grandes, del tipo de los camaroneros. Por eso ahí se ponían astilleros. Antes de Miguel Jaramillo y el Maestro Rosas, estuvieron ahí Alfredo Woodward y el Maestro Velázquez, que era el padre de Rosalba Velázquez, quien actualmente presta el servicio de lanchaje a los barcos.

Ahí en esa playa se varaban los lanchones que llevaban las mercancías del muellecito al barco, para el alijo. Todo esto empezó a desaparecer poco a poco tras el azote del ciclón de 1959, del que nos habla un poco más adelante como lo vivieron en su familia y en el barrio. Ya por aquellos tiempos de sus primeros recuerdos, el puerto era bien reconocido en el comercio de altura. Sin embargo era un puerto chico, donde casi toda la población se concentraba en los alrededores de la calle México.

Manzanillo era del Hospital de San Pedrito a La Pedregosa, y cualquier lugar quedaba cuando mucho a quinientos metros de distancia. La Playita de En Medio empezaba, por el frente de mar, con el Taller de Don Manuel Cordera, luego seguía con el de Carlos García Mier, posteriormente el astillero, luego el Club Náutico y de ahí continuaba la pedreguera, donde se llegó a desguazar algún guarda costa tras el ciclón. Luego seguía el morro de San Pedrito, que era como un piloncillo saliendo del agua, donde amarraban al barco depósito de melaza, que los porteños conocían como el mielero, de nombre Jalisco; seguía una pequeña playita sin nombre, y de ahí la playa de San Pedrito, que era muy extensa, tanto que casi llegaba hasta Salagua, pasando por Las Colonias (donde actualmente está El Pacífico).

EL CERRO DEL CULEBRO,
VIENDO A LA PLAYITA

Por donde hoy está el Club de Pesca, había una entrada de agua de mar hacia la laguna de San Pedrito, ya desaparecida, y de ahí el balneario popular muy largo, pues entonces no se puede decir que existiera Las Brisas. El Taller de Cordera, era un taller marítimo para reparación de embarcaciones grandes, y su dueño era hermano del Capitán de Altura Rafael Cordera, que en ese tiempo era el Práctico Mayor; de el desciende el afamado economista Rolando Cordera, nacido en Manzanillo. Al decir que en ese lugar se reparaban embarcaciones grandes, para esa época, me refiero a petroleros, barcos cisternas como el Cacalilao, Miguel Hidalgo, Miguel Alemán, Ébano y otros.

El cerro que mira hacia la playita se llama El Culebro, nombre que ya se ha ido perdiendo, y en el había muy pocas casitas, y la mayoría eran de madera de tejamanil. Por entonces, tanto en este barrio, como en todos los de las colonias de Manzanillo, principalmente en los cerros, casi todas las casas tenían algún  pequeño jardincito, y mi padrino Felipe Virgen en especial, tenía uno muy bonito lleno de árboles frutales: papayos, mangos y guanábanas. Ahora ya casi no se ven los árboles de coastecomates, pero entonces eran muy abundantes. Daban unas bolas, parecidas a los cocos, pero más arredondeadas y pequeñas, que la gente las raspaba, le ponía una esencia y algunas gotas de alcohol y servían como remedio excelente contra la tos.

UN HUARACHITO DE
CAGUAMA EN LAS RAMADAS

Había muchos árboles de rosa morada y primaveras. Cada familia tenía un puerco, y salubridad no se metía, además de las gallinas, para comer los huevos, y eran una verdadera plaga, pues se comían las plantas de los vecinos. Los domingos se acostumbraba comer un buen caldito de gallina. En mi cerro había culebras de todos tipos, tlacuaches, tejones, mapaches y armadillos, pero la gente no se comía nada de eso, pues preferían los mariscos y pescados. Sólo se comían las iguanas.

Las caguamas eran abundantes, y se comían principalmente la negra y la golfina. Casi las regalaban, y si ibas a donde las estaban destazando, luego te regalaban un huarachito. Se podía ver a los matanceros junto a las enramadas, destazando con las piernas dentro del agua, junto a las piedras. Luego prohibieron comerlas, por matanzas de diez a veinte mil  ejemplares allá por Playa de Oro, dejando la carne putrefacta, que ni la tiraban siquiera al mar, y salían camiones de doble rodada cargados con pieles.

EL SINALOA SALE AL MAR
CON EL CICLÓN ENCIMA

El día de ciclón, recuerdo que nadie había dicho nada de su cercanía en el barrio, pero mi mamá presintió algo. A las siete de la noche la encontré llorando arrodillada en compañía de mi hermana, ante una veladora y la imagen de la virgen del Cobre, que se decía que era la protectora de los náufragos. Preguntó que pasaba, y ella dijo que mi hermano Alfonso acaba de salir en el barco Sinaloa, y que podían tener algún problema en alta mar. Para eso, ya tenía lloviendo tres días de manera esporádica. Me asomé y vi el barco saliendo.

Para cuando pegó el ciclón, yo tenía seis años. Siendo las diez y media de la noche, Don Margarito, el de la ramada de Salagua, gritó que venía entrando el ciclón. Y en efecto, a partir de las once de la noche, se dejaron venir las turbonadas, que fueron muy fuertes desde un principio. De inmediato, nos fuimos a la casa de mi padrino, quien nos invitó a pasarnos para allá. A él le decían “El Merechía”, que era celador del resguardo aduanal. Nuestra casa y todas las de arriba se cayeron. Como la situación se ponía más difícil, se decidió que nos trasladáramos a un cuartito más pequeño que era de concreto, con techo de losa, que estaba empotrado en el cerro. Ahí nos metimos como treinta personas en un cuarto muy chico, todos apeñuscados.

EL OJO DEL HURACÁN Y
LOS FUEGOS DE SAN TELMO

A las cuatro de la mañana de repente todo se fue calmando, y todos pensábamos que ya había pasado la emergencia, pero Don Felipe nos aclaró que no debíamos descuidarnos, ya que se trataba del ojo del huracán. Hasta hacía calorcito. Pero sabidos de que era el ojo, nos regresamos a nuestro refugio. Felipe Virgen nos llevó chocolates de galleta con bombón para que calmáramos el hambre, ya que, a pesar del miedo, teníamos deseos de comer algo, quizá por los mismos nervios. Finalmente todo pasó.

A las diez y media de la mañana, fuimos con nuestro papá al edificio federal, pues ya no teníamos casa, y ahí nos dieron unas despensas. En el camino vimos mucha destrucción, pero yo no vi ningún muerto. Por la impresión de todo lo que vivimos y, sobre todo, por la preocupación por mi hermano Alfonso, que estaba en el mar a bordo del Sinaloa, mi madre se puso muy mal de salud, por lo que de inmediato la llevaron al Hospital Civil, pero le dijeron que no había espacio para ella, pues los pasillos estaban llenos de heridos y muertos.

Durante el azote del ciclón se pudieron ver los Fuegos de San Telmo, que es la carga estática en el ambiente, y esa electricidad se veía como fulgores que corrían sobre los objetos, como los pocos cables de electricidad que había en ese tiempo; en mi barrio sólo había uno. Mucha gente, que no sabía de este fenómeno, pensaron que se trataba de rayos y relámpagos. Yo platico lo que recuerdo, de acuerdo a lo que podía entender a mi corta edad. Después escuché relatos muy amenos de personas que lo vivieron con plena conciencia, como Don Miguel Sandoval Sevilla.

REGRESO A UN
CERRO SIN CASAS

Cuando regresamos a nuestro barrio, ya no teníamos casa, ni nuestros vecinos en el cerro, y empezó la reconstrucción. En la parte de abajo los daños fueron menores que en la parte alta, donde el viento soplaba con más fuerza. Al astillero no le fue tan mal, porque eran puros tejabanes de madera con techumbre de palapa, y estas, por su poca resistencia al viento, tan sólo se despeinaban. El taller de Cordera, era de concreto, por lo que no tuvo muchos daños.

En el barrio hubo muertos, y uno fue “La Guabina” Jaramillo, que, al haberse botado un barco ese día, mientras se curaba la madera para tener un buen resultado del calafateo, tuvo que quedarse a bordo para estar achicando, y ahí lo sorprendió el ciclón. La casa de Jaramillo, por cierto, estaba a un lado de la de Doña Cleme Amaya.

EL NAUFRAGIO DE ALFONSO NAVA Y EL
ATUNERO QUE SE CONVIRTIÓ EN LANCHÓN

En el barco Sinaloa iban cuarenta y ocho tripulantes, más un número indeterminado  de pasajeros, ya que en ese tiempo se usaba que los buques de carga daban el servicio de transporte a quien lo solicitaba a otros puertos de nuestro litoral del Pacífico. De todos ellos, sólo sobrevivieron ocho, uno de los cuales, mi hermano Alfonso. Quedó muy debilitado y quemado por el sol, por lo que fue llevado al Foreign Club hasta reponerse; pero no quedó traumado, pues después se volvió a embarcar.

Al igual que salió el Cacalilao a capotear el temporal atrás de los cerros, cuando empezaba el ciclón, salió un atunero, el cual, al acabar el meteoro, regresó como si fuera un lanchón, pues los vientos le arrancaron toda la casetería, pero toda la tripulación estaba a salvo. Aquellos eran chicos, de madera. El tipo de atunero actual se empezó a ver tan sólo a partir de los años ochentas. Al Jalisco no le hizo nada el fenómeno, sólo lo garreó y lo dejó allá por Olas Altas.

Esos hechos marcaron mi vida, sobre todo, mi infancia, pues forman parte de mis primeros recuerdos. Desde entonces, el barrio cambió mucho. Hoy todo es muy diferente.




2 comentarios:

  1. no tenía el conocimiento que hubiera un relato en internet, sobre lo que vivió mi papá Isidro Nava... que grato!

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  2. no tenía el conocimiento que hubiera un relato en internet, sobre lo que vivió mi papá Isidro Nava... que grato!

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