Centro histórico
RECUERDOS DE LA PLAYITA DE EN
MEDIO DE ISIDRO NAVA CORONA
Por Víctor Manuel Martínez
Don Isidro Nava Corona es alguien que
quiere a su barrio, donde nació, creció y hasta la fecha vive. Vino al mundo en
1953, y recuerda que era un barrio muy poco poblado, donde todos se conocían;
pero no por nombre, sino por apodo.
EL ASTILLERO Y LOS TALLERES
MARÍTIMOS DE CORDERA Y GARCÍA MIER
La principal diversión de los chicos de
la playita eran bañarse en el mar, por lo que todos eran consumados nadadores.
Recuerda que esa playa era bastante extensa, de manera que se podían varar
barcos grandes, del tipo de los camaroneros. Por eso ahí se ponían astilleros.
Antes de Miguel Jaramillo y el Maestro Rosas, estuvieron ahí Alfredo Woodward y
el Maestro Velázquez, que era el padre de Rosalba Velázquez, quien actualmente
presta el servicio de lanchaje a los barcos.
Ahí en esa playa se varaban los
lanchones que llevaban las mercancías del muellecito al barco, para el alijo.
Todo esto empezó a desaparecer poco a poco tras el azote del ciclón de 1959,
del que nos habla un poco más adelante como lo vivieron en su familia y en el
barrio. Ya por aquellos tiempos de sus primeros recuerdos, el puerto era bien
reconocido en el comercio de altura. Sin embargo era un puerto chico, donde
casi toda la población se concentraba en los alrededores de la calle México.
Manzanillo era del Hospital de San
Pedrito a La Pedregosa, y cualquier lugar quedaba cuando mucho a quinientos
metros de distancia. La Playita de En Medio empezaba, por el frente de mar, con
el Taller de Don Manuel Cordera, luego seguía con el de Carlos García Mier,
posteriormente el astillero, luego el Club Náutico y de ahí continuaba la
pedreguera, donde se llegó a desguazar algún guarda costa tras el ciclón. Luego
seguía el morro de San Pedrito, que era como un piloncillo saliendo del agua,
donde amarraban al barco depósito de melaza, que los porteños conocían como el
mielero, de nombre Jalisco; seguía una pequeña playita sin nombre, y de ahí la
playa de San Pedrito, que era muy extensa, tanto que casi llegaba hasta
Salagua, pasando por Las Colonias (donde actualmente está El Pacífico).
EL CERRO DEL CULEBRO,
VIENDO A LA PLAYITA
Por donde hoy está el Club de Pesca,
había una entrada de agua de mar hacia la laguna de San Pedrito, ya
desaparecida, y de ahí el balneario popular muy largo, pues entonces no se
puede decir que existiera Las Brisas. El Taller de Cordera, era un taller
marítimo para reparación de embarcaciones grandes, y su dueño era hermano del Capitán
de Altura Rafael Cordera, que en ese tiempo era el Práctico Mayor; de el
desciende el afamado economista Rolando Cordera, nacido en Manzanillo. Al decir
que en ese lugar se reparaban embarcaciones grandes, para esa época, me refiero
a petroleros, barcos cisternas como el Cacalilao, Miguel Hidalgo, Miguel
Alemán, Ébano y otros.
El cerro que mira hacia la playita se
llama El Culebro, nombre que ya se ha ido perdiendo, y en el había muy pocas
casitas, y la mayoría eran de madera de tejamanil. Por entonces, tanto en este
barrio, como en todos los de las colonias de Manzanillo, principalmente en los
cerros, casi todas las casas tenían algún
pequeño jardincito, y mi padrino Felipe Virgen en especial, tenía uno
muy bonito lleno de árboles frutales: papayos, mangos y guanábanas. Ahora ya
casi no se ven los árboles de coastecomates, pero entonces eran muy abundantes.
Daban unas bolas, parecidas a los cocos, pero más arredondeadas y pequeñas, que
la gente las raspaba, le ponía una esencia y algunas gotas de alcohol y servían
como remedio excelente contra la tos.
UN HUARACHITO DE
CAGUAMA EN LAS RAMADAS
Había muchos árboles de rosa morada y
primaveras. Cada familia tenía un puerco, y salubridad no se metía, además de
las gallinas, para comer los huevos, y eran una verdadera plaga, pues se comían
las plantas de los vecinos. Los domingos se acostumbraba comer un buen caldito
de gallina. En mi cerro había culebras de todos tipos, tlacuaches, tejones,
mapaches y armadillos, pero la gente no se comía nada de eso, pues preferían
los mariscos y pescados. Sólo se comían las iguanas.
Las caguamas eran abundantes, y se
comían principalmente la negra y la golfina. Casi las regalaban, y si ibas a
donde las estaban destazando, luego te regalaban un huarachito. Se podía ver a
los matanceros junto a las enramadas, destazando con las piernas dentro del
agua, junto a las piedras. Luego prohibieron comerlas, por matanzas de diez a
veinte mil ejemplares allá por Playa de
Oro, dejando la carne putrefacta, que ni la tiraban siquiera al mar, y salían
camiones de doble rodada cargados con pieles.
EL SINALOA SALE AL MAR
CON EL CICLÓN ENCIMA
El día de ciclón, recuerdo que nadie
había dicho nada de su cercanía en el barrio, pero mi mamá presintió algo. A
las siete de la noche la encontré llorando arrodillada en compañía de mi
hermana, ante una veladora y la imagen de la virgen del Cobre, que se decía que
era la protectora de los náufragos. Preguntó que pasaba, y ella dijo que mi
hermano Alfonso acaba de salir en el barco Sinaloa, y que podían tener algún
problema en alta mar. Para eso, ya tenía lloviendo tres días de manera
esporádica. Me asomé y vi el barco saliendo.
Para cuando pegó el ciclón, yo tenía
seis años. Siendo las diez y media de la noche, Don Margarito, el de la ramada de
Salagua, gritó que venía entrando el ciclón. Y en efecto, a partir de las once
de la noche, se dejaron venir las turbonadas, que fueron muy fuertes desde un
principio. De inmediato, nos fuimos a la casa de mi padrino, quien nos invitó a
pasarnos para allá. A él le decían “El Merechía”, que era celador del resguardo
aduanal. Nuestra casa y todas las de arriba se cayeron. Como la situación se
ponía más difícil, se decidió que nos trasladáramos a un cuartito más pequeño
que era de concreto, con techo de losa, que estaba empotrado en el cerro. Ahí
nos metimos como treinta personas en un cuarto muy chico, todos apeñuscados.
EL OJO DEL HURACÁN Y
LOS FUEGOS DE SAN TELMO
A las cuatro de la mañana de repente
todo se fue calmando, y todos pensábamos que ya había pasado la emergencia,
pero Don Felipe nos aclaró que no debíamos descuidarnos, ya que se trataba del
ojo del huracán. Hasta hacía calorcito. Pero sabidos de que era el ojo, nos
regresamos a nuestro refugio. Felipe Virgen nos llevó chocolates de galleta con
bombón para que calmáramos el hambre, ya que, a pesar del miedo, teníamos
deseos de comer algo, quizá por los mismos nervios. Finalmente todo pasó.
A las diez y media de la mañana, fuimos
con nuestro papá al edificio federal, pues ya no teníamos casa, y ahí nos
dieron unas despensas. En el camino vimos mucha destrucción, pero yo no vi
ningún muerto. Por la impresión de todo lo que vivimos y, sobre todo, por la
preocupación por mi hermano Alfonso, que estaba en el mar a bordo del Sinaloa,
mi madre se puso muy mal de salud, por lo que de inmediato la llevaron al
Hospital Civil, pero le dijeron que no había espacio para ella, pues los
pasillos estaban llenos de heridos y muertos.
Durante el azote del ciclón se pudieron
ver los Fuegos de San Telmo, que es la carga estática en el ambiente, y esa
electricidad se veía como fulgores que corrían sobre los objetos, como los
pocos cables de electricidad que había en ese tiempo; en mi barrio sólo había
uno. Mucha gente, que no sabía de este fenómeno, pensaron que se trataba de
rayos y relámpagos. Yo platico lo que recuerdo, de acuerdo a lo que podía
entender a mi corta edad. Después escuché relatos muy amenos de personas que lo
vivieron con plena conciencia, como Don Miguel Sandoval Sevilla.
REGRESO A UN
CERRO SIN CASAS
Cuando regresamos a nuestro barrio, ya
no teníamos casa, ni nuestros vecinos en el cerro, y empezó la reconstrucción.
En la parte de abajo los daños fueron menores que en la parte alta, donde el
viento soplaba con más fuerza. Al astillero no le fue tan mal, porque eran
puros tejabanes de madera con techumbre de palapa, y estas, por su poca
resistencia al viento, tan sólo se despeinaban. El taller de Cordera, era de
concreto, por lo que no tuvo muchos daños.
En el barrio hubo muertos, y uno fue “La
Guabina” Jaramillo, que, al haberse botado un barco ese día, mientras se curaba
la madera para tener un buen resultado del calafateo, tuvo que quedarse a bordo
para estar achicando, y ahí lo sorprendió el ciclón. La casa de Jaramillo, por
cierto, estaba a un lado de la de Doña Cleme Amaya.
EL NAUFRAGIO DE ALFONSO NAVA Y EL
ATUNERO QUE SE CONVIRTIÓ EN LANCHÓN
En el barco Sinaloa iban cuarenta y ocho
tripulantes, más un número indeterminado
de pasajeros, ya que en ese tiempo se usaba que los buques de carga
daban el servicio de transporte a quien lo solicitaba a otros puertos de
nuestro litoral del Pacífico. De todos ellos, sólo sobrevivieron ocho, uno de
los cuales, mi hermano Alfonso. Quedó muy debilitado y quemado por el sol, por
lo que fue llevado al Foreign Club hasta reponerse; pero no quedó traumado,
pues después se volvió a embarcar.
Al igual que salió el Cacalilao a
capotear el temporal atrás de los cerros, cuando empezaba el ciclón, salió un
atunero, el cual, al acabar el meteoro, regresó como si fuera un lanchón, pues
los vientos le arrancaron toda la casetería, pero toda la tripulación estaba a
salvo. Aquellos eran chicos, de madera. El tipo de atunero actual se empezó a
ver tan sólo a partir de los años ochentas. Al Jalisco no le hizo nada el
fenómeno, sólo lo garreó y lo dejó allá por Olas Altas.
Esos hechos marcaron mi vida, sobre
todo, mi infancia, pues forman parte de mis primeros recuerdos. Desde entonces,
el barrio cambió mucho. Hoy todo es muy diferente.
no tenía el conocimiento que hubiera un relato en internet, sobre lo que vivió mi papá Isidro Nava... que grato!
ResponderEliminarno tenía el conocimiento que hubiera un relato en internet, sobre lo que vivió mi papá Isidro Nava... que grato!
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