Centro Histórico
Por Víctor Manuel Martínez
USOS Y COSTUMBRES
DE LOS PORTEÑOS
En Manzanillo tenemos nuestros propios
juegos. Y nuestra propia manera de llamar a algunos. Por ejemplo, aquí al juego
de la reata le llamamos la brincasoga; así pegado. En todo caso, se dice entre
los niños: Hay que jugar a brincar la cuerda; pero lo usual, lo normal es decir
que se va a jugar a la brincasoga.
Un juego muy particular es la matatena,
que combina la habilidad de los participantes con el azar. Ahora ya se venden
kits o paquetes para jugarla, pero anteriormente se jugaba con una pelota
cualquiera, sobre el piso o la tierra, y las figuritas, que ahora son de
plástico, eran de metal, grandotas, o hasta otros objetos. La pelota es pequeña
para que se pueda agarrar con una mano, y tiene que ser elástica para dar un
bote importante. Mientras se está produciendo el rebote, se recogen las piezas
en el suelo, previamente arrojadas. Por alguna razón se decía que era un juego
de niñas. Mi mamá tenía fama de que en su niñez, allá en el barrio de La
Playita de En Medio, había sido muy buena jugadora.
Un juego que tiene una historia muy
interesante, es el asiático dundibiyo, que llegó a Manzanillo a finales de los
años sesenta, tras de una exhibición cultural dada por los tripulantes de una
embarcación nipona que visitó nuestro puerto, realizada en el teatro de la
Concha Acústica, al fondo de la Unidad Padre Hidalgo. A los niños les encantó
el juego, que en aquella ocasión se presentó en forma de baile, y empezaron a
jugarlo casi de inmediato con reglas propias, creadas aquí mismo. Se empezó a
practicar en la Plaza Cívica del Seguro Social, y en las nueve cuadras de la
unidad, así como en La Pedregosa, el barrio de San José y los palafitos. Se le
bautizó localmente como charangáis, y no falta quien le llame también
changaráis.
Este juego, con reglas diferentes pero
los mismos elementos básicos, se juega en Corea, China y Japón. Poco a poco se
fue jugando en otras colonias, y ya para los años setentas no se podía decir
que hubiera un niño en Manzanillo que no conociera este juego. Luego el juego
traspasó fronteras geográficas y se fue extendiendo lentamente al resto del
estado, aunque hay que decir que nadie era consciente de su origen. Después de
alcanzar su pico máximos entre finales de los setentas y mediados de los
ochentas, a partir de los noventas el juego empezó a pasar de moda,
lamentablemente. Nunca se fomentó desde alguna dependencia de gobierno su
conservación como algo cultural, haciendo por ejemplo algún torneo entre
barrios, ya que el charangáis es competitivo, más bien tirando a ser deportivo,
y aun se puede jugar entre adultos, no sólo entre niños.
Para jugarlo se ocupan dos palos, uno
más grande que el otro, y dos ladrillos. Generalmente estos palos se obtienen
de cortar un trapeador. Por cierto que la Federación Mexicana de Juegos y
Deportes Autóctonos y Tradicionales, A. C., dependiente de la confederación
Deportiva Mexicana, tiene registrado al charangáis como un juego y deporte
propio de Colima (más específicamente, es de Manzanillo), y se incluye cada año
en las olimpiadas de la federación, evento que se realiza desde el 2002. No
obstante, la Federación cometió el error de considerar al charangáis como un
juego prehispánico colimense, pues antes de los años sesenta ningún porteño
conocía este juego-deporte. Pregúnteles y verá.
Por cierto que, como muchos
manzanillenses tienen primos en Guadalajara, estos se llevaron el juego para
allá, pero en el viaje perdió letras, y allá le pusieron changais, porque se les
hacía más fácil.
Un lugar muy destacado entre los juegos
preferidos por los porteños es el del resorte, que se hace precisamente con un
resorte comprado en una mercería o alguna tienda de abarrotes que los venda, y
a jugar se ha dicho, saltándolo en varias posiciones, mientras que dos
compañeros lo sostienen entre sus piernas. Ahora todo es futbol, y hasta las
niñas ya juegan al balompié.
UN MUNDO DE ILUSIONES EN EL PALACIO
DEL NIÑO, DESDE HACE 46 AÑOS
Cuando una muchacha se iba a casar en
Manzanillo, tenía pocas opciones para conseguir su albo ajuar; una: encargarlo
con una modista capaz, y dos: viajar hasta Guadalajara para comprarlo hecho, o
ya de perdis a la ciudad de Colima. El viaje de cajón era hecho en compañía de
la emocionada mamá, que le ayudaba a escoger la prenda. Viendo que había una
oportunidad de negocios, una modista, recientemente egresada de una escuela de
corte y confección, al darse cuenta de que era muy solvente en su trabajo,
decidió abrir una tienda en Manzanillo, donde se vendieran modelos para novias,
confeccionados de todo a todo por ella misma. Aquello fue un éxito, pues en
Manzanillo no había algo así. La señora María Dolores Rodríguez Durán le puso a
su negocio El Palacio del Niño, porque, viendo que de vender vestidos de novia
no se iba a mantener, decidió meter venta de ropa para bautizos y primeras
comuniones. Fue en el mes de mayo de aquel año que aquel negocio arrancó. Hasta
la fecha, muchas señoras que pasan por ahí, se acercan con la propietaria para
decirle que ahí fue donde compraron su blanco vestido que llevaron al altar. No
pasó mucho tiempo para que, alentada por el gran éxito, decidiera ampliarlo,
introduciendo vestidos para fiestas de quince años. Las ventas se dispararon,
favoreciendo este hecho el que no hubiera ninguna competencia. Eran tantos los
pedidos, que la señora decidió, con las ganancias obtenidas, acudir a
Guadalajara para hacer compra de vestidos de bodas y quince años ya hechos, y
vio que se vendieron igual, por lo que a partir de ese momento, decidió dejar
de elaborarlos ella misma. Desde entonces y hasta ahora, El Palacio del Niño
siempre ha estado ubicado en Miguel Galindo 45. Hay que decir que las ventas ya
no son las mismas, pues ahora hay mucha competencia; pero ella fue la que abrió
el camino, siempre ayudada por su esposo, el señor Arturo Gudiño Tapia.
UN SENSACIONAL TROMPETISTA,
DON ARTURO GUDIÑO
Aquí nos enlazamos con otra interesante
historia. La de uno de los más grandes músicos que ha dado nuestro estado,
injustamente olvidado. Ya hace tiempo que no toca su instrumento, y ve pasar la
vida con mayor tranquilidad detrás del mostrador del El Palacio de El Niño,
pero recordando con añoranza melancólica los tiempos en que amenizó los más
grandes bailes desde El Rompeolas de Manzanillo, hasta las pistas de La Perla
Tapatía, Guadalajara.
Estudiaba la primaria en Colima Don
Arturo en el año de 1940, cuando un grupo de más de ochenta muchachitos fue
seleccionado para estudiar música en la Escuela Montalvo, que se ubicaba
cercana al Teatro Hidalgo. Se trataba de un esfuerzo cultural emprendido por el
gobierno del estado del entonces. Ahí aprendió los rudimentos de la lectura de
partituras con solfeo, y luego escogió especializarse en trompeta, que era el
instrumento musical que le llamaba la atención. La enseñanza con verdadera
disciplina militar, ya que al frente de los jóvenes había un maestro que era
Capitán del ejército, ya retirado, que habían traído con ese fin de Ciudad
Juárez.
De ese grupo surgió la Banda Infantil de
la Ciudad de Colima, y un puñado de músicos, que después formaron parte de las
principales orquestas y grupos de nuestra región. El señor Gudiño también
estudió tres meses de piano con un maestro particular, sólo para saber más de
su arte, lo cual le ayudó a después ser un excelente director de orquestas. Ahí
estuvo aprendiendo, pero al año y medio el maestro se fue nuestro estado, y el
grupo se disolvió. Aprovechando lo que ya sabía, de inmediato se metió a una
orquesta, donde empezó a obtener experiencia.
Atenazado por el deseo de progresar,
decidió irse a estudiar al Conservatorio en la Ciudad de México, hospedándose
en la capital con un primo. Ahí aprendió durante otro año y medio.
Inmediatamente, las grandes orquestas se
lo peleaban, para que pasara a engrosar sus filas, y fue así como ingresó
primeramente a la de Benito Martínez, que tenía una fama cimentada, y gracias a
su sapiencia, se convirtió en la primera trompeta. Lo hacía tan bien, pese a
ser más joven que la mayoría de sus compañeros, que la famosísima orquesta de
Emilio Torres lo invitó a formar parte de sus músicos, siendo compañero de
Carlos Naranjo, padre de El Colorado Naranjo. Cuando Don Emilio tuvo que dejar
un tiempo su formación, el talentoso joven pasó a ser el director de la misma.
Entonces, deseoso de tocar y convivir
con gente de su edad, buscó a sus amigos de los tiempos de la Montalvo, y se
empezaron a reunir para ensayar y tocar por diversión. Lentamente se fue
consolidando una orquesta con catorce elementos, de manera natural, y el puesto
de director recayó, desde luego, en quien los había reunido y sabía más de la
materia, Arturo Gudiño. Es así como nace la Orquesta de Arturo Gudiño. Pero
para que esto fuera realidad, se requirió el patrocinio de Don Octavio
Macchetto, quien les apoyó para que tuvieran todo lo necesario, hasta los
atriles para poner las hojas con las partituras y los vistosos uniformes.
La orquesta fue patrocinada ya cuando
trabajaban por Carta Blanca y en otras ocasiones por Canadá Dry. Para tocar
escogieron un repertorio alegre, donde predominaba la música bailable usual por
entonces: Fox, swing, bolero, jazz, polkas y blues. Claro que, sin dejar de
lado la música de Agustín Lara. Arrancaron, pues, en 1949. Luego fueron
agregando chachachá, mambo, cumbia y con el correr del tiempo, hasta rock and
roll. El sitio donde empezaron a tocar todos los domingos al mediodía, fue en
el balneario de San Cayetano, propiedad del señor Rueda, en Colima, donde se
organizaban amenas tertulias. Entonces surgieron las invitaciones para tocar en
Tecomán, Cuyutlán y, finalmente, Manzanillo. También iban hasta Cihuatlán, y
entonces, como no había puente, cruzaban el río en canoa. Hasta Guadalajara
llegaron a ir en infinidad de ocasiones.
Hay que decir que la Orquesta de Emilio
Martínez, que anteriormente dirigiera, decayó muchísimo tras su salida. El
propio Carlos Naranjo tocó en la Orquesta de Arturo Gudiño un tiempo.
Al llegar a Manzanillo las primeras
veces, el grupo tocaba en la terraza de Sánchez Díaz, ubicada en el Rompeolas.
Por ese tiempo, Don Lázaro Carreón apenas tenía una pequeña terracita sobre la
playa de San Pedrito. En Colima escaseaba cada vez más el trabajo, mientras que
aquí aumentaba. En el año de 1953, por esta misma causa, hasta entró a formar
temporalmente parte de un mariachi propiedad de uno de sus amigos, música que
no era normal que interpretara. Retornó, pues, a dirigir una orquesta, ya más
pequeña. Entre los años de 1954 a 1958 casi vivía la orquesta en Manzanillo,
donde tocaban casi a diario, aunque seguían yendo a Colima a visitar a sus
familias. Durante las vacaciones de Semana Santa, los bailes más socorridos
eran en Cuyutlán, que por entonces era aun parte del municipio de Manzanillo.
Don Lázaro progresó y empezó una terraza
ya más grande sobre la calle Hidalgo, bajo el Sector 6. Por entonces, la
orquesta ya era de nueve miembros, pero tocaban mejor que nunca.
Posteriormente, Don Lázaro adquirió la terraza del Rompeolas, la cual amplió, y
ahí empezaron a amenizar los bailes, con recitales desde las ocho de la noche,
hasta más allá de la medianoche. Hasta más de cien personas acudían a oírlos
tocar. Recuerda Don Arturo que ya para entonces la legendaria Banda de la CROM
había decaído mucho, porque ya no estaba con ellos su director, J. Jesús
Alcaraz, y seguían tocando por compromiso en el kiosco del jardín principal
Álvaro Obregón, aunque con muy mala calidad, recuerda.
En el 58, ya siendo Don Arturo novio de
su ahora esposa, Doña María Dolores Rodríguez Durán, no dejaba de venir a
Manzanillo todos los domingos para visitarla y pasear con ella, por el jardín y
hasta la punta del Rompeolas, yendo hacia el faro. Fue por ese ir y venir, que
cuando pegó el ciclón del 27 de octubre del 59, él estaba en la capital de
nuestra entidad.
En el año de 1962 se casó con su mujer,
y sin dudarlo, se vino a vivir en definitiva a Manzanillo. Aquí se hizo amigo
de un grupo de jóvenes músicos de origen tapatío, y formaron un conjunto o
combo pequeño, pero de gran calidad, con órgano, guitarra, batería y trompeta.
Don Arturo era el líder nato, desde luego. Ellos empezaron a tocar de manera
fija en el ya desaparecido restaurante Bugatti, propiedad del italiano Franco
Estaray Bugatti, el cual se ubicaba en el crucero de Las Brisas. Ahí tocó hasta
ya mediados de los años setentas. Lo que sí es que ahí se hizo muy famoso
tocando una pieza propia de las corridas de toros, “La Virgen de la Macarena”,
que lo consagró entre los porteños. En ese lugar fue apreciado por muchos
turistas nacionales y extranjeros, que acudían a visitar este restaurante. De
repente, un día decidió retirarse, para atender más de cerca el negocio
propiedad de su familia.
En el año de 1993, el municipio le hizo
un pequeño homenaje a instancias del Lic. Marcos Virgen, donde se le regaló una
trompeta. Tenía muchos años que no tocaba nada. Ya no tenía ni trompeta. Acudieron
sus amigos que le acompañaban en el Bugatti, y rápidamente improvisaron un
concierto. Se echó a andar una grabadora y se guardó el sonido en una cinta,
quedando un concierto muy bien captado, que algunas personas que ahí estuvieron
todavía conservan. Don Arturo tiene una copia.
Los temas favoritos de Gudiño para tocar
y para escuchar son Polvo de Estrellas, Siempre en mi Corazón y Manhattan. En
sus conciertos acostumbraba incluir melodías como “Vals Sentimiento”, de J.
Jesús Alcaraz; “Viva Autlán”, de Clemente Amaya (que he de decir con orgullo
que era mi tío) y canciones del repertorio de Agustín Lara.
Actualmente ya no tiene ninguna trompeta
en casa, y hace años que no toca, por lo que supone que ha perdido la
embocadura. Pero eso sí, como si fuera a salir a tocar el día de mañana, tiene
un enorme archivo de partituras guardadas, con partes para todos los
integrantes de una orquesta en forma para cada pieza.
¡Que bonito es Manzanillo!
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