martes, 15 de mayo de 2012

RECUERDOS DE UN FERROCARRILERO: VÍCTOR MANUEL LARA MONTEÓN


Centro Histórico

RECUERDOS DE UN FERROCARRILERO:
VÍCTOR MANUEL LARA MONTEÓN

Por Víctor Manuel Martínez

Don Víctor Lara conoció a nuestro puerto en razón de su trabajo en el corcel de acero, y este es su relato de su relación de amor con  nuestro suelo. Viajó mucho, y conoció muchos lugares hermosos, pero quedó deslumbrado por el encanto mágico de nuestros parajes cuando los visitó por primera vez en el año de 1955, en que quedó a cargo del carro exprés del convoy a Manzanillo.

LOS BULTOS DEL CARRO EXPRÉS
Y LOS PAISAJEROS COSTEROS

Era el operador responsable de este carro que iba delante de los vagones pasajeros, e inmediatamente después de la maquina, donde iba el maquinista y el fogonero. En el resto del convoy y moviéndose a través de él iban el jefe de tren, los garroteros, sus ayudantes y el auditor. A su resguardo iban paquetes y bultos de toda clase, incluyendo sacas de maíz y otros granos.

Estamos hablando de locomotora de vapor, las cuales seguían en vigencia hasta la década de los ochentas, en que entraron en función las máquinas de diesel. El camino era a través de paisajes increíbles, descendiendo de los bosques y barrancas de las partes altas, con clima frío, hasta llegar a los pasajes de la costa adornados con extensos palmares, y bordeando la laguna.

LAGUNA A CADA
LADO DE LAS VÍAS

Un poco después de las 4 de la tarde el tren llegó a la ciudad de Colima, capital de nuestro estado, y de ahí se internó, pues, en esos paisajes costeros, dirigiéndose a nuestro puerto, con un Víctor Lara maravillado. Cerca de Manzanillo llegaron a la “Y”, donde el tren se volvió, para entrar de reversa. Como Lara Monteón era muy observados, sabiendo que ya estaban cerca de Manzanillo, prestó toda su atención.

A cada lado se veía la laguna, llena de personas pescando, sacando pescado, jaiba y camarón. Ya empezaba a oscurecer, y algunos empezaban a prender sus aparatos de aceite, para atrapar su abundante alimento. Era una escena de indescriptible belleza; de hermosura poética. Alrededor del vaso lacustre sólo se veía vegetación exuberante. El tren parecía un barco de vapor que surcara las aguas.

UNA NOCHE
EN EL CAÑÓN

Eran después de las seis de la noche, cuando el ferrocarril entró al estrecho cañón, punto final de su recorrido. Algunas casitas sobre los cerros a cada lado de la bahía, de madera, parecían que se fueran a caer sobre el tren, de lo precariamente asentadas que se observaban. Algunos chiquillos vestidos únicamente con un short corrían contentos por un lado de las vías, felices de ver llegar al tren. Hasta que se estacionaron en el barrio de la estación, que tomaba su nombre como hasta ahora queda, porque ahí estaba la estación del tren.

Al lado derecho había unas pequeñas casitas hechas con desechos de viejos ferrocarriles. Los andenes muy típicos se veían abarrotados de personas que esperaban al transporte, para recibir a algún familiar o amigo. El tren se quedaría ahí en el cañón toda la noche, y ahí dormirían, sobre el, los empleados, incluyendo a Don Víctor; saldrían hasta el otro día de regreso a Guadalajara, a las siete de la mañana. Al poco rato de llegar, no quedaba nadie a bordo.

UN PUERTO
DE MADERA

Era momento de salir a caminar por las calles del puerto, para estirar las piernas y conocer un poco. Nada más bajar y dar unos pasos, estaba la estación del ferrocarril, de gran tamaño, pero toda de madera. Parecía que todo Manzanillo era de madera. La madera de tejamanil se veía en todas las casas, la mayoría en los cerros.

Ya para entonces iban a ser las siete de la noche. Atravesó hacia La Perlita, y a pesar de la hora, aun había varios chiquillos bañándose. Era una playa muy bonita. Le preguntó a un niño que sí siempre se bañaban ahí, y contestó que a veces también iban a la playa del Rompeolas. Así pues, se interesó en conocer el tal rompeolas.

Pasó las vías que iban hacia los muelles, en dirección al Palacio Federal. El tren de carga se desviaba de las vías por donde iba el pasajero, tomando una diagonal a través de la rinconada de la tumba fría, en lo que más antes se llamó el Barrio de La Chancla; por entonces, de ahí para adelante, se le llamaba el Barrio de Correos, porque en el edificio federal estaban las oficinas del servicio postal mexicano.

Las casas todas del puerto, pudo ver, eran de madera, a excepción de alguno que otro edificio. En esa ocasión, entro hacia el rompeolas, y vio los bailes en la terraza. Caminó el paseo, y gozó de la vista del mar, que lo llenó de paz y relajación.

Pudo ver que la gente era muy tranquila, y al parecer muy honradas, pues la gente dejaba sus bicicletas afuera de las casas, y no se las robaban, y las casas abiertas de par, aunque no estuvieran, y nadie se metía. Cansado se regresó a dormir en el tren. Le había gustado mucho Manzanillo.

ENAMORADO DE
MANZANILLO

Empezó a venir con frecuencia en el tren, y cada vez conocía más, pues sus paseos eran más largos, y empezó a conocer gente con la que trababa amistad. En vacaciones se traía a su familia, e iban a la playa, cruzando el puente de madera en San Pedrito con rumbo a Salagua, por la angosta carretera que pasaba por en medio de los árboles interminables de coastecomates, sin ver ninguna casa hasta Santiago.

Tanto le gustaba Manzanillo, que en 1955, con algún dinerito ahorrado compró un lote en el cerro atrás de la gasolinera León, donde construyó una casa de dos pisos, la cual era para vacacionar con la familia, porque aun no vivía aquí. Pero el amor por Manzanillo crecía cada vez más. Platicó con su familia el venirse a vivir de manera definitiva.

DESAPARECER AL TREN PASAJERO FUE UNA
TONTERÍA, PUES CUMPLÍA UNA FUNCIÓN SOCIAL

Por fin, ya jubilado de ferrocarrilero se viene inmediatamente a vivir ya permanentemente, y empezó a construir su fábrica de hielo, que termina en el año de 1979. Desde entonces, se convirtió en un manzanillense por adopción.

Recuerda que el mejor tren que vino a Manzanillo fue El Colimense, porque traía dos dormitorios; pero no era de lujo. El que si lo era, era el de Guadalajara a México, que tenía alcobas para cinco o seis personas, igual que el de México a Nuevo Laredo; o el del Pacífico, que traían pulman.

La peor tontería del gobierno, dice, fue haber quitado el ferrocarril de pasajeros, que continúa en casi todo el mundo, ya que tenía una función social, comunicando a muchos pueblos pequeños por donde no había carreteras, además de ser de muy bajo costo, por lo que era muy solicitado.




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