Centro Histórico
Por Víctor Manuel Martínez
USOS Y COSTUMBRES
DE LOS PORTEÑOS
Hasta hace no tanto, las tuberías del
drenaje en Manzanillo eran muy angostas, chicas, y hasta de barro. De modo que
cuando caían lluvias torrenciales, lo cual no es nada raro, las coladeras no
abastecían para recibir todo el gran caudal de agua que bajaba de los cerros y
caí del cielo, y los canales pronto se desbordaban, como los del Seguro Social.
Año con año en algunas colonias se veía
el triste espectáculo de personas que perdían todos sus muebles, pues el agua
entraba hasta más de un metro. Los que tenían segunda planta, se apresuraban a
subir sus pertenencias, y si no les cabían, las amarraban en las escaleras. Lo
digo por experiencia propia, porque en la Unidad Padre Hidalgo, donde crecí,
hasta muy entrados los años noventa tuvimos estos problemas. Al ser la casa de
mis padres de dos pisos, salvábamos lo más que podíamos trasladándolos hacia la
parte alta. Después que cesaba la lluvia, que a veces duraba hasta dos días,
las calles quedaban inundadas. Casi no había ninguna que no tuviera un enorme
charco, y los niños entonces salíamos a jugar en los charcos, mojándonos.
Los automovilistas hasta la fecha tienen
la mala costumbre de que, cuando ven a una persona muy arregladita caminar por
la banqueta en una cuadra con charcos grandes, aceleran para levantar una gran
ola, y mojarla. A todas luces, es una costumbre muy fea. Entonces, la persona
mojada, sorprendida y enojada, no podía dejar de expresar, muy porteñamente: ¡Me
charpeó!
Esta es una palabra que, por favor, no
debe intentar hallarla en el diccionario, pues charpear es algo muy local, muy
de nuestro estado, y aquí se usa, en el puerto, a pesar de tanta gente que ha
venido a trabajar en los últimos años. todavía se usa mucho. Es más, muchos de
los recién llegados ya aprendieron a emplearla. Bueno, difícilmente en una
entidad tan pequeña, y donde hay tanta relación entre todos los municipios, por
cercanía e historia común, podríamos hallar costumbres de un municipio, que no
se repitieran en el resto.
Curiosamente, en algunos pueblos
pequeños del país, aislados y alejados entre sí, también se usa esta curiosa
mención, por ejemplo, según supe, en algunas comunidades de Guanajuato y
Tamaulipas. Al parecer, la palabra viene de charco. Entonces cuando alguien es
mojado o salpicado, debería decir que fue charqueado, que los charquearon;
pero, con el paso del tiempo, todo se fue distorsionando, y acabó en charpear,
charpeado, charpearon (¿charpeáis?).
Lo cierto es que, muchas palabras que se
usan en los ranchos, que tomamos como incorrectas, incultas y tontas, provienen
del español antiguo, y en los libros viejos de historia se encuentran
utilizadas con gran pompa y elegancia, y hasta en el propio Quijote. Aunque
desaparecieron de las grandes ciudades con el desarrollo de la lengua con el
correr del tiempo, que se fue uniformando también gracias a las escuelas,
diccionarios y libros de todas clase, algunas poblaciones rurales fueron
quedando como islitas del viejo hablar de los tiempos de la Colonia: Ansina,
truje, muncho, etcétera. ¿Estará por ahí el origen del charpeo?
Lo bueno es que en nuestra ciudad y
puerto las tuberías han engrosado y son de mejores materiales, y se han llevado
a efecto muchas obras eficaces e importantes que han hecho que cada vez haya
menos charpeadas. Si es de aquí, usted me entiende. Por cierto, ya que está tan
de moda entre los chavos decir la recurrente interjección: ¡No manches! Quizá
aquí debiéramos cambiarla por algo más local, como sería decir: ¡No charpeés!
REFUGIO DE
ALFONSO MICHEL
Antes de que el gran pintor colimense
Alfonso Michel se asentara en el Barrio de El Vigía en el Sector 1, durante su
estancia en Manzanillo, vivió otra temporada un poco menos conocida en la Flor
de Mayo, antigua casa de huéspedes del corazón de nuestro puerto, aledaña a la
escuela Vicente Guerrero, que todavía funciona con el mismo propósito. Fue Michel
una de las primeras personas que se alojaron ahí, y seguramente, la más famosa.
En ese tiempo, el gran artista, recién llegado de Europa, andaba vestido como
si fuera un hippie (aunque estos todavía no existían como una tribu urbana,
como se dio varias décadas después), con el pelo largo, huaraches o mocasines, y
un morral de cuero donde se dice que traía en ocasiones lienzos y pinturas,
aunque no se recuerda haberle visto pintando. Llamaba la atención de todos en
Manzanillo por su corpulencia, y porque tenía de mascota un pequeño felino, al
parecer un tigrillo, amaestrado, sujeto con una correa. Sabían que tenía la
profesión de pintor, aunque pocos sabían lo famoso que ya era. Su estadía en el
lugar la recuerdan muchas personas con edad suficiente para ello. También
algunos hablan de que pintó algo en una barda, de lo que no hay huella ninguna.
Recuerdo que en los años setentas
administró ese lugar una tía mía, Teresa Cisneros Amaya, y yo iba con mucha
frecuencia a este lugar, que por entonces funcionaba más como hotelito de paso
de mala muerte, que como alojamiento para visitantes. En el primer cuarto entrando
a mano izquierda, está el cuarto mejor construido, con una gran ventana
enrejada que da hacia la calle. Ahí vivía mi tía. El lugar está casi igual que
entonces. Ahí es en donde se dice que se alojaba Alfonso Michel, al ser el
huésped que mejor pagaba. El actual administrador dice sólo haber escuchado
historias, ya que el vive ahí desde el año 1959; pero la Flor de Mayo ya tenía
muchos años de estar funcionando.
Al llegar al lugar, me percaté de que la
fachada está casi igual, hasta en los colores. Las puertas de madera son las
mismas de los años setenta, y ya para entonces quien sabe cuantos años tendría.
El letrero con la leyenda “La Flor de Mayo”, es el mismo de los tiempos en que
visitaba a mi tía. El piso de mosaico amarillento es también el mismo todavía.
El patio central está menos verde, pues cuando lo conocía tenía macetas con
flores y plantas verdes muy bien cuidadas. Ya no mira hacia la clínica Santa
Mónica, que estaba enfrente, sino a las oficinas de la Comisión Federal de
Electricidad. Todo alrededor se ha modernizado para ella sigue igual. Hasta la
21 de marzo cambió, pues ahora es de doble sentido.
Nunca fue la casa de huéspedes principal
del puerto, para nada, pues no era competencia para Petrita. Hoy sin embargo,
es la más antigua que queda en pie, y casi en su estado original. La
construcción ha resistido infinidad de temblores, y varios con magnitudes por
encima de los 7 grados centígrados, y para su edad, está maciza, resistente, y
no se ven grietas o cuarteaduras que asusten en sus vetustos muros. Nos dicen
que rentar un cuarto ahí es muy barato, así es que muchas familias pagan una
renta por su cuarto, y se ha formado como una especie de vecindad.
En la entrada, todavía están unas largas
bancas de piedra, muy rústicas, y todas las puertas son de madera muy antigua,
con el cásico color café de siempre. Nunca se le ha dado valor ni aprecio a
esta construcción, con tanto tiempo de existir.
En cuanto a Michel, hay que decir que
nació en la ciudad de Colima en 1897, en el seno de una familia importante y
acaudalada. Se dice que sus dos grandes amores eran la pintura y el mar. En la
década del los veinte se fue a vivir a Europa, donde conocía las tendencias más
avanzadas y vanguardistas de la pintura mundial. Se consagró en 1947 con una
gran exposición individual en la capital de la república. Murió en 1957 en la
Ciudad de México.
Vivió muchos años en el Sector 1 en una
casa muy bonita, que se destacaba por estar muy bien cuidada en todos los
detalles. Su casa estaba por la subida de la calle Balbino Dávalos, por la
subida a la iglesia de Guadalupe, a espaldas de la Armada, cerca también de la
casa de Don Cristóbal Rodríguez, El Vigía. Aquí vivía en invierno, y tenía este
domicilio como casa de descanso, y el resto del año lo pasaba en París. Cuando
estaba en el puerto, se vestía como un porteño más, con ropa fresca y playera,
con bermudas y camisas vaporosas de manta. También le gustaba mucho Cuyutlán,
que hay que decir que por ese tiempo, al igual que Armería, era parte de
nuestro municipio. Se dice que se refugiaba en la costa, para librarse de
influencias en su búsqueda de aplicar el cubismo a temas mexicanos. También se
sabe que su familia, acaudalado, como ya hemos dicho, tenía un gran predio en
la costa colimense, propiamente una hacienda, Las Humedades, cercana al río
Armería, y ahí se refugiaba en otras ocasiones Michel. Ya desde 1920, por
cierto, viajaba al viejo continente. Todo un personaje colimense, que mucho
tiene que ver con nuestro puerto.
LOS DULCES DE
LA OLA VERDE
Se extraña el puesto de dulces La Ola
Verde, el cual era una mera mesa que se colocaba a la entrada de un alto
edificio sobre la calle Juárez, a un costado de lo que por mucho tiempo fue el
Cine Bahía, el de más caché del puerto, y en donde hoy se ubica la tienda Waldo´s.
Ahí se podían hallar los más
tradicionales dulces de la región, como las cocadas en diversas presentaciones,
los alfajores, los pellizcos, los borrachitos, dulces de tamarindo, algunos
panes, palomitas y saquitos de sal. Por su ubicación privilegiada, a pesar de
su minúsculo tamaño, vendía mucho, pues los turistas llegaban ahí a llevarse un
recuerdo.
Algún tiempo ahí también vendieron
nieves de chorro. En la actualidad el puestecito ya no existe. En su lugar se
venden recuerditos para los turistas. Pero en cualquier rato quizá vuelvan a
vender dulces, que al cabo que también los dulces típicos de Colima son un buen
recuerdo para los turistas.
¡Que bonito es Manzanillo!
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