miércoles, 25 de abril de 2012

REFUGIO DE ALFONSO MICHEL


Centro Histórico

Por Víctor Manuel Martínez

USOS Y COSTUMBRES
DE LOS PORTEÑOS

Hasta hace no tanto, las tuberías del drenaje en Manzanillo eran muy angostas, chicas, y hasta de barro. De modo que cuando caían lluvias torrenciales, lo cual no es nada raro, las coladeras no abastecían para recibir todo el gran caudal de agua que bajaba de los cerros y caí del cielo, y los canales pronto se desbordaban, como los del Seguro Social.


Año con año en algunas colonias se veía el triste espectáculo de personas que perdían todos sus muebles, pues el agua entraba hasta más de un metro. Los que tenían segunda planta, se apresuraban a subir sus pertenencias, y si no les cabían, las amarraban en las escaleras. Lo digo por experiencia propia, porque en la Unidad Padre Hidalgo, donde crecí, hasta muy entrados los años noventa tuvimos estos problemas. Al ser la casa de mis padres de dos pisos, salvábamos lo más que podíamos trasladándolos hacia la parte alta. Después que cesaba la lluvia, que a veces duraba hasta dos días, las calles quedaban inundadas. Casi no había ninguna que no tuviera un enorme charco, y los niños entonces salíamos a jugar en los charcos, mojándonos.


Los automovilistas hasta la fecha tienen la mala costumbre de que, cuando ven a una persona muy arregladita caminar por la banqueta en una cuadra con charcos grandes, aceleran para levantar una gran ola, y mojarla. A todas luces, es una costumbre muy fea. Entonces, la persona mojada, sorprendida y enojada, no podía dejar de expresar, muy porteñamente: ¡Me charpeó!


Esta es una palabra que, por favor, no debe intentar hallarla en el diccionario, pues charpear es algo muy local, muy de nuestro estado, y aquí se usa, en el puerto, a pesar de tanta gente que ha venido a trabajar en los últimos años. todavía se usa mucho. Es más, muchos de los recién llegados ya aprendieron a emplearla. Bueno, difícilmente en una entidad tan pequeña, y donde hay tanta relación entre todos los municipios, por cercanía e historia común, podríamos hallar costumbres de un municipio, que no se repitieran en el resto.


Curiosamente, en algunos pueblos pequeños del país, aislados y alejados entre sí, también se usa esta curiosa mención, por ejemplo, según supe, en algunas comunidades de Guanajuato y Tamaulipas. Al parecer, la palabra viene de charco. Entonces cuando alguien es mojado o salpicado, debería decir que fue charqueado, que los charquearon; pero, con el paso del tiempo, todo se fue distorsionando, y acabó en charpear, charpeado, charpearon (¿charpeáis?).


Lo cierto es que, muchas palabras que se usan en los ranchos, que tomamos como incorrectas, incultas y tontas, provienen del español antiguo, y en los libros viejos de historia se encuentran utilizadas con gran pompa y elegancia, y hasta en el propio Quijote. Aunque desaparecieron de las grandes ciudades con el desarrollo de la lengua con el correr del tiempo, que se fue uniformando también gracias a las escuelas, diccionarios y libros de todas clase, algunas poblaciones rurales fueron quedando como islitas del viejo hablar de los tiempos de la Colonia: Ansina, truje, muncho, etcétera. ¿Estará por ahí el origen del charpeo?


Lo bueno es que en nuestra ciudad y puerto las tuberías han engrosado y son de mejores materiales, y se han llevado a efecto muchas obras eficaces e importantes que han hecho que cada vez haya menos charpeadas. Si es de aquí, usted me entiende. Por cierto, ya que está tan de moda entre los chavos decir la recurrente interjección: ¡No manches! Quizá aquí debiéramos cambiarla por algo más local, como sería decir: ¡No charpeés!


REFUGIO DE
ALFONSO MICHEL

Antes de que el gran pintor colimense Alfonso Michel se asentara en el Barrio de El Vigía en el Sector 1, durante su estancia en Manzanillo, vivió otra temporada un poco menos conocida en la Flor de Mayo, antigua casa de huéspedes del corazón de nuestro puerto, aledaña a la escuela Vicente Guerrero, que todavía funciona con el mismo propósito. Fue Michel una de las primeras personas que se alojaron ahí, y seguramente, la más famosa. En ese tiempo, el gran artista, recién llegado de Europa, andaba vestido como si fuera un hippie (aunque estos todavía no existían como una tribu urbana, como se dio varias décadas después), con el pelo largo, huaraches o mocasines, y un morral de cuero donde se dice que traía en ocasiones lienzos y pinturas, aunque no se recuerda haberle visto pintando. Llamaba la atención de todos en Manzanillo por su corpulencia, y porque tenía de mascota un pequeño felino, al parecer un tigrillo, amaestrado, sujeto con una correa. Sabían que tenía la profesión de pintor, aunque pocos sabían lo famoso que ya era. Su estadía en el lugar la recuerdan muchas personas con edad suficiente para ello. También algunos hablan de que pintó algo en una barda, de lo que no hay huella ninguna.


Recuerdo que en los años setentas administró ese lugar una tía mía, Teresa Cisneros Amaya, y yo iba con mucha frecuencia a este lugar, que por entonces funcionaba más como hotelito de paso de mala muerte, que como alojamiento para visitantes. En el primer cuarto entrando a mano izquierda, está el cuarto mejor construido, con una gran ventana enrejada que da hacia la calle. Ahí vivía mi tía. El lugar está casi igual que entonces. Ahí es en donde se dice que se alojaba Alfonso Michel, al ser el huésped que mejor pagaba. El actual administrador dice sólo haber escuchado historias, ya que el vive ahí desde el año 1959; pero la Flor de Mayo ya tenía muchos años de estar funcionando.


Al llegar al lugar, me percaté de que la fachada está casi igual, hasta en los colores. Las puertas de madera son las mismas de los años setenta, y ya para entonces quien sabe cuantos años tendría. El letrero con la leyenda “La Flor de Mayo”, es el mismo de los tiempos en que visitaba a mi tía. El piso de mosaico amarillento es también el mismo todavía. El patio central está menos verde, pues cuando lo conocía tenía macetas con flores y plantas verdes muy bien cuidadas. Ya no mira hacia la clínica Santa Mónica, que estaba enfrente, sino a las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad. Todo alrededor se ha modernizado para ella sigue igual. Hasta la 21 de marzo cambió, pues ahora es de doble sentido.


Nunca fue la casa de huéspedes principal del puerto, para nada, pues no era competencia para Petrita. Hoy sin embargo, es la más antigua que queda en pie, y casi en su estado original. La construcción ha resistido infinidad de temblores, y varios con magnitudes por encima de los 7 grados centígrados, y para su edad, está maciza, resistente, y no se ven grietas o cuarteaduras que asusten en sus vetustos muros. Nos dicen que rentar un cuarto ahí es muy barato, así es que muchas familias pagan una renta por su cuarto, y se ha formado como una especie de vecindad.


En la entrada, todavía están unas largas bancas de piedra, muy rústicas, y todas las puertas son de madera muy antigua, con el cásico color café de siempre. Nunca se le ha dado valor ni aprecio a esta construcción, con tanto tiempo de existir.


En cuanto a Michel, hay que decir que nació en la ciudad de Colima en 1897, en el seno de una familia importante y acaudalada. Se dice que sus dos grandes amores eran la pintura y el mar. En la década del los veinte se fue a vivir a Europa, donde conocía las tendencias más avanzadas y vanguardistas de la pintura mundial. Se consagró en 1947 con una gran exposición individual en la capital de la república. Murió en 1957 en la Ciudad de México.


Vivió muchos años en el Sector 1 en una casa muy bonita, que se destacaba por estar muy bien cuidada en todos los detalles. Su casa estaba por la subida de la calle Balbino Dávalos, por la subida a la iglesia de Guadalupe, a espaldas de la Armada, cerca también de la casa de Don Cristóbal Rodríguez, El Vigía. Aquí vivía en invierno, y tenía este domicilio como casa de descanso, y el resto del año lo pasaba en París. Cuando estaba en el puerto, se vestía como un porteño más, con ropa fresca y playera, con bermudas y camisas vaporosas de manta. También le gustaba mucho Cuyutlán, que hay que decir que por ese tiempo, al igual que Armería, era parte de nuestro municipio. Se dice que se refugiaba en la costa, para librarse de influencias en su búsqueda de aplicar el cubismo a temas mexicanos. También se sabe que su familia, acaudalado, como ya hemos dicho, tenía un gran predio en la costa colimense, propiamente una hacienda, Las Humedades, cercana al río Armería, y ahí se refugiaba en otras ocasiones Michel. Ya desde 1920, por cierto, viajaba al viejo continente. Todo un personaje colimense, que mucho tiene que ver con nuestro puerto.


LOS DULCES DE
LA OLA VERDE

Se extraña el puesto de dulces La Ola Verde, el cual era una mera mesa que se colocaba a la entrada de un alto edificio sobre la calle Juárez, a un costado de lo que por mucho tiempo fue el Cine Bahía, el de más caché del puerto, y en donde hoy se ubica la tienda Waldo´s.


Ahí se podían hallar los más tradicionales dulces de la región, como las cocadas en diversas presentaciones, los alfajores, los pellizcos, los borrachitos, dulces de tamarindo, algunos panes, palomitas y saquitos de sal. Por su ubicación privilegiada, a pesar de su minúsculo tamaño, vendía mucho, pues los turistas llegaban ahí a llevarse un recuerdo.


Algún tiempo ahí también vendieron nieves de chorro. En la actualidad el puestecito ya no existe. En su lugar se venden recuerditos para los turistas. Pero en cualquier rato quizá vuelvan a vender dulces, que al cabo que también los dulces típicos de Colima son un buen recuerdo para los turistas.


¡Que bonito es Manzanillo!







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