jueves, 3 de mayo de 2012

RECUERDOS WENCESLAO CISNEROS SOBRE EL VIEJO MANZANILLO


Centro histórico

Víctor Manuel Martínez

RECUERDOS WENCESLAO CISNEROS
SOBRE EL VIEJO MANZANILLO

Platiqué con el Lic. José Wenceslao Cisneros Amaya, quien accedió a contarme algunas de sus vivencias y recuerdos, de su vida y de Manzanillo en los tiempos pasados. Recuerda que su infancia la pasó en la colonia Niños Héroes, frente al mar y el astillero de Jaramillo, en un barrio que se le llamaba La Playita de En  Medio, denominación que cada vez es menos usual. En ese lugar se congregaban para correr aventuras, jugar y divertirse un grupo de muchachos de los sectores 5 y 6. El deporte que practicaban con gran alegría y entusiasmo era la natación. Todos, por la práctica, eran unos excelentes nadadores, que se iban desde el astillero hasta la playa de San Pedrito que hasta el malecón. Por ese tiempo, cuando un mal tiempo azotaba el puerto, Don Miguel Jaramillo sufría la pérdida de gran cantidad de madera de la que almacenaba para sus trabajos en el taller, porque la crecida del mar se las llevaba, y por esa razón, les decía a los niños que les pagaría un peso por cada madero que recuperaran. Entonces, motivados por este premio prometido, alrededor de treinta jovencitos se lanzaban al mar, a andar recuperando este material; y claro, Don Miguel cumplía. Entre esos chamacos de diferentes edades, estaban los Verde, Enrique y Jorge Woodward y “El Pollo” Figueroa, entre otros. Por el entonces, recuerda, sólo había dos cines en Manzanillo, el Reforma y el Juárez; el primero se encontraba junto al Mercado de Comidas Los Agachados, y era conocido popularmente como el piojito, ya que se especializaban en exhibir películas mexicanas de episodios, género que estaba muy de moda entonces. Por su parte, el Juárez se encontraba ubicado frente a donde ahora está la Farmacia Manzanillo, en un enclave que actualmente es parte del jardín. Las dos salas estaban cubiertas sólo hasta la mitad, por lo que las funciones sólo podían empezar hasta después de las ocho de la noche, cuando ya se metía el sol, hecho que permitía que se proyectara la cinta del día. Se pasaban dos películas, con intermedio a la mitad, por lo que la gente ya salía tarde del cine, y tenían que irse muy rápido a sus casas, para que no les agarrara la oscuridad, ya que la luz eléctrica en ese tiempo la quitaban a las 12 de la noche de toda la ciudad. Recuerda que cuando se fue a estudiar a Colima Manzanillo solamente tenía 25 mil habitantes. Su barrio eran las últimas casas del casco urbano, pues San Pedrito eran una colonia aparte, lejana. De ahí en fuera, de San Pedrito en adelante, todo eran comunidades rurales, rancherías. Esas 25 mil habitantes no eran las de la cabecera, sino cifras oficiales de todo el municipio, incluyendo a Cuyutlán, que por ese tiempo formaba parte de nuestro municipio. Debido a su pequeñez y escasa población, todas las personas se conocían. La laguna de San Pedrito era otro lugar muy hermoso del viejo puerto. Era alimentada por el mar, y llegaba hasta las faldas del Hospital Civil, y para cruzar la boca comunicadora entre mar y laguna había un puente de madera muy precario, de manera que cuando los camiones lo cruzaban durante lluvia, tenían que hacerlo con mucho cuidado, ya que se resbalaban peligrosamente a cada vuelta de rueda. Pues, desde ese puente, los chiquillos acostumbraban saltar a las aguas de la laguna. Ya en el agua, caminaban prestando mucha atención a lo que tocaban sus pies, y cuando sentían un bulto extraño, se agachaban a recogerlo, ya que con seguridad se trataba de una pata de mula. Así, iban llenando una bolsa de ixtle del mercado con los mariscos recolectados. Ya que tenían suficiente, con una gancho de ropa que enderezaban en punta, adosado a un palo, buscaban las abundantes jaibas, y escogiendo una grande (entonces nadie se comía las chiquitas como ahora, porque había abundancia), la clavaban con fuerza contra el suelo o la roca, atravesando su caparazón. Así las iban sacando y llenando el espacio restante dentro de la bolsa. Luego de un tiempo, esta se encontraba a reventar, por lo que regresaban muy contentos a sus casas los jovencitos, para llevar lo recolectado a sus mamás, que preparaban unas grandes comelitonas. Ahora, las patas de mula se han escaseado, y comer una de aquellas opíparas cazuelas es un gusto que sale muy caro, y no cualquiera pueda pagar. En ese entonces, sin embargo, cosa curiosa, era una comida común de las familias de escasos recursos, pues no se tenía que erogar ni un peso, sino solamente el esfuerzo de ir a sacar el alimento de la laguna. La playa de San Pedrito era muy larga, pues estaba pegada con la de Las Brisas. El Rompeolas había cortado la corriente fuerte, y por este motivo se formaban un olas muy bonitas que les llamaban burritos, y en ellas se venían deslizando los jóvenes. Rememora que era algo parecido al boogie actual, sólo que en aquel tiempo no se conocían las tablas de surfear, y lo hacían con el cuerpo y con las manos. Era tanto el calor, combinado con la humedad, que la gente dormía, a pierna suelta, con las puertas y las ventanas abiertas. Y, por cierto, que a ninguna ventana se le ponían protecciones. Cuando se cuenta esto actualmente, mucha gente no lo creé, pero es verdad, pero en ese tiempo no había inseguridad. Todos se tenían confianza, porque se conocían, y sabían a que familias pertenecían, y también a los fuereños se les reconocía muy bien. Como la gran mayoría de las casas eran de tejamanil, había muchos alacranes. Había también muchos zancudos (aquí nadie les decía mosquitos), pero no había la enfermedad del dengue todavía. Además, en ocasiones aparecían los molestos jejenes. El que podía, los combatía con bombas flit de DDT, insecticida que hasta años después se sabe que era muy dañino para la salud, y que ya no se usaba casi en ningún país, pero en México se seguía utilizando de manera cotidiana. Un punto importante de la ciudad era el Mercado Reforma, donde hoy se encuentra la manzana conocida como el Centro Comercial, el cual tenía la particularidad de que abría a las 5 de la mañana, por lo que todos los días se veía a las personas que iban a comprar bajando del cerro desde las 4:30 a.m., pues si no lo hacían así, ya no encontraban nada en el mercado. O sea que era un centro de abastos para gente madrugadora. Era un mercado clásico de pueblo, con los comerciantes gritando para invitar a los clientes para que se acercaran a comprar, las arpillas y rejas acomodados por todos lados por donde cayeran, donde se vendía mucho carbón, ya que este era un producto entonces muy necesario, ya que aún no habían estufas de gas; destacaban en el abigarrado y amontonado mercado las carnicerías de “El Prieto” Mora y la de Herminio Barreda Mora (quien fue presidente municipal), y la taquería de carnitas de Elpidia “Pilla” Casillas, quien despachaba junto a su esposo Sóstenes, ya fallecido. La señora Casillas sigue vendiendo tacos de carnitas hasta el día de hoy, en un local aledaño al actual Mercado Municipal 5 de Mayo. En ese mercado un tiempo vendió pan Doña Clementina Amaya, mamá del Lic. Wenceslao. Había en Manzanillo dos súper muy surtidos, los más parecidos que había en el entonces a los actuales, que eran “La Guadalupe” y los Almacenes de Pancho Ochoa, ubicados sobre la calle México, en donde hoy se encuentra Farmacias Guadalajara, el cual era un centro de abastos, donde la gente podía encontrar de todo, y ahí venía mucha gente de la zona rural, de diferentes rancherías, cercanas y lejanas, para abastecerse de todo lo que necesitaban, para no bajar en un buen tiempo otra vez al puerto. Otra tienda muy famosa era la de las hermanas Durán. Destacaban, desde luego, las de los chinos, como la Casa Colorada, todavía en funcionamiento, la Tienda Azul y la Casa Rayada y la Bola de Oro de Naitoh. Sobre la calle Juárez, en la esquina con la calle México, se encontraba un café de chinos, de la familia Wong, el “Juárez”. Esa calle lleva ese nombre, igual que lo llevaba este café, porque por ahí se hospedó durante su breve visita a nuestro puerto el Presidente Benito Juárez. En donde hoy se encuentra el restaurante Chantilly, se encontraba por entonces el consultorio del Dr. Bazavilvazo, de cuya familia sigue siendo el edificio en la esquina frente a la presidencia municipal. Por ese tiempo, la presidencia municipal se encontraba sobre la avenida México, ya que el edificio donde actualmente se encuentra, que ya anteriormente a esa época había estado ahí, frente al jardín Galván, tuvo que ser reubicada tras el terremoto de 1932 que devastó al municipio, evento en el cual se registró la salida del mar en Cuyutlán (la Ola Verde). En ese edificio temporal del gobierno municipal trabajaba su papá, Wenceslao Cisneros Villegas, pues era el comandante de la policía. Recuerda también que en la escuela Juárez estaba el teatro “Heliodoro Trujillo]”, el cual tenía una acústica perfecta, en el cual se presentaban las grandes compañías nacionales, con obras como “El derecho de nacer”, “Genoveva de Bravante”, “Corona de lágrimas” y “Con quien andan nuestros hijos”, entre otras. En donde hoy se encuentra el mercado, había un terraplén donde se instalaba cada año una plaza de toros de petate, y alrededor muchos juegos infantiles, todo pegadito a la laguna. Ahí se ponían cada año las Fiestas de Mayo, hasta que se trasladaron al playón, donde se armaba una gran terraza, en la que se llegaron a presentar artistas como Los Hermanos Reyes, Los Panchos, Lola Beltrán, El Mariachi Vargas de Tecalitlán, Miguel Aceves Mejía, Los Tres Diamantes, Los Cometas, Las Hermanitas Huerta y Las Hermanitas Aguila. Las fiestas las organizaban las personas ricas de Manzanillo. Por allá por esos años, todavía no era famoso Marco Antonio Muñiz, al que frecuentemente se le veía cantando acompañado de su guitarra en el Bar Social, como un trovador. Cada 8 de diciembre había la tradición dentro de los festejos católicos en honor a la virgen, de que desfilaban todas las señoritas que estudiaban vestidas de blanco, en un festejo que se conocía como el día de las señoritas. En una arena de box y lucha que se hallaba donde hoy están las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad, se llegaron a presentar Jorge Negrete y Pedro Infante. Junto a la Casa del Agua, donde hoy se encuentran oficinas de la Confederación Nacional Campesina, estaba un hermoso parque lleno de juegos infantiles, el Del Campesino, el cual, curiosamente, a pesar de nuestro clima tropical, estaba lleno de hermosos y altos pinos. Después estaba la escuela del Campesino, donde el licenciado estudió sus primeros años, pues luego a él y a todos sus compañeros los trasladaron a la escuela Juárez. El jardín por entonces era muy pequeño, y había la costumbre de que los hombres caminaban separados y en direcciones contrarias, y la manera de poder llamar la atención de una muchacha para pasear a su lado, era, la romántica, dándole una flor que ella podía aceptar o rechazar, mientras que la otra, la divertida, era quebrarle un huevo lleno de confeti en la cabeza, y si la chica se reía, era que aceptaba la compañía, pero si se enojaba, no había manera. En el kiosco del jardín todos los jueves tocaba la Banda de Música de la CROM, que por el entonces, aun bajo la dirección de J. Jesús Alcaraz, tocaba de manera excelente. Ahí participaba como tarolista un porteño al que llamaban “La Bobina”, el cual era el portero titular del equipo de los estibadores, de manera que, cuando un visor de las Chivas lo vio jugar entre los palos, se lo quiso llevar a las Chivas de Guadalajara, pero como su mamá estaba enferma, rechazó la propuesta por los ruegos de ella. Fue así como entonces fijó sus ojos en otro joven portero manzanillense que descollaba, aunque de menor calidad que La Bobina; se trataba de Jorge “El Tubo” Gómez, hijo del administrador del ferrocarril. En el rompeolas había dos terrazas, la de Sánchez Díaz, y la de Lázaro Carreón, una con música populachera, y la otra más fina, y al final, las dos se unieron en una gran terraza a cargo de Carreón, un nicaragüense asentado en Manzanillo, quien compró la otra parte. Por entonces, un compositor local, el Che Andrade, compuso una melodía inspirada en la gran enramada que se hacía cada año por motivos de las Fiestas en el playón, que tituló “En la enramada”, que grabaron con un enorme éxito “Los Hermanos Reyes”, pero no le dieron el crédito ni las regalías al compositor porteño, que se consagraría en nuestra memoria para siempre, con su gran tema “Lindas noches de Manzanillo”. Un lugar al que no dejaban ir a nadar a los chamacos, bajo prohibición estricta, era a la Playa de El Viejo, ya que ahí se habían ahogado muchos chamacos. Pero se las ingeniaban para escaparse e ir en secreto algunas veces. No había meteorológico, porque se tenía a Don Cristóbal, El Vigía, por quien aun se nombra al cerro en su honor, pues fue el último hombre que dio este servicio hasta muy avanzada edad. Siempre andaba con gorra militar y ropa de un blanco impecable. Era quien daba todos los anuncios sobre el mar, los barcos y el tiempo, usando banderas, señales y un riel metálico que golpeaba para llamar la atención de la gente. Ese era, pues, el Manzanillo que el lic. Wenceslao recuerda de su infancia.

¡Que bonito es Manzanillo!







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