Centro histórico
Víctor Manuel Martínez
RECUERDOS WENCESLAO CISNEROS
SOBRE EL VIEJO MANZANILLO
Platiqué con el Lic. José Wenceslao
Cisneros Amaya, quien accedió a contarme algunas de sus vivencias y recuerdos,
de su vida y de Manzanillo en los tiempos pasados. Recuerda que su infancia la
pasó en la colonia Niños Héroes, frente al mar y el astillero de Jaramillo, en
un barrio que se le llamaba La Playita de En
Medio, denominación que cada vez es menos usual. En ese lugar se
congregaban para correr aventuras, jugar y divertirse un grupo de muchachos de
los sectores 5 y 6. El deporte que practicaban con gran alegría y entusiasmo
era la natación. Todos, por la práctica, eran unos excelentes nadadores, que se
iban desde el astillero hasta la playa de San Pedrito que hasta el malecón. Por
ese tiempo, cuando un mal tiempo azotaba el puerto, Don Miguel Jaramillo sufría
la pérdida de gran cantidad de madera de la que almacenaba para sus trabajos en
el taller, porque la crecida del mar se las llevaba, y por esa razón, les decía
a los niños que les pagaría un peso por cada madero que recuperaran. Entonces,
motivados por este premio prometido, alrededor de treinta jovencitos se
lanzaban al mar, a andar recuperando este material; y claro, Don Miguel
cumplía. Entre esos chamacos de diferentes edades, estaban los Verde, Enrique y
Jorge Woodward y “El Pollo” Figueroa, entre otros. Por el entonces, recuerda,
sólo había dos cines en Manzanillo, el Reforma y el Juárez; el primero se
encontraba junto al Mercado de Comidas Los Agachados, y era conocido
popularmente como el piojito, ya que se especializaban en exhibir películas
mexicanas de episodios, género que estaba muy de moda entonces. Por su parte,
el Juárez se encontraba ubicado frente a donde ahora está la Farmacia Manzanillo,
en un enclave que actualmente es parte del jardín. Las dos salas estaban
cubiertas sólo hasta la mitad, por lo que las funciones sólo podían empezar
hasta después de las ocho de la noche, cuando ya se metía el sol, hecho que
permitía que se proyectara la cinta del día. Se pasaban dos películas, con
intermedio a la mitad, por lo que la gente ya salía tarde del cine, y tenían
que irse muy rápido a sus casas, para que no les agarrara la oscuridad, ya que
la luz eléctrica en ese tiempo la quitaban a las 12 de la noche de toda la
ciudad. Recuerda que cuando se fue a estudiar a Colima Manzanillo solamente
tenía 25 mil habitantes. Su barrio eran las últimas casas del casco urbano,
pues San Pedrito eran una colonia aparte, lejana. De ahí en fuera, de San Pedrito
en adelante, todo eran comunidades rurales, rancherías. Esas 25 mil habitantes
no eran las de la cabecera, sino cifras oficiales de todo el municipio,
incluyendo a Cuyutlán, que por ese tiempo formaba parte de nuestro municipio.
Debido a su pequeñez y escasa población, todas las personas se conocían. La
laguna de San Pedrito era otro lugar muy hermoso del viejo puerto. Era
alimentada por el mar, y llegaba hasta las faldas del Hospital Civil, y para
cruzar la boca comunicadora entre mar y laguna había un puente de madera muy
precario, de manera que cuando los camiones lo cruzaban durante lluvia, tenían
que hacerlo con mucho cuidado, ya que se resbalaban peligrosamente a cada
vuelta de rueda. Pues, desde ese puente, los chiquillos acostumbraban saltar a las
aguas de la laguna. Ya en el agua, caminaban prestando mucha atención a lo que
tocaban sus pies, y cuando sentían un bulto extraño, se agachaban a recogerlo,
ya que con seguridad se trataba de una pata de mula. Así, iban llenando una
bolsa de ixtle del mercado con los mariscos recolectados. Ya que tenían
suficiente, con una gancho de ropa que enderezaban en punta, adosado a un palo,
buscaban las abundantes jaibas, y escogiendo una grande (entonces nadie se
comía las chiquitas como ahora, porque había abundancia), la clavaban con
fuerza contra el suelo o la roca, atravesando su caparazón. Así las iban
sacando y llenando el espacio restante dentro de la bolsa. Luego de un tiempo,
esta se encontraba a reventar, por lo que regresaban muy contentos a sus casas los
jovencitos, para llevar lo recolectado a sus mamás, que preparaban unas grandes
comelitonas. Ahora, las patas de mula se han escaseado, y comer una de aquellas
opíparas cazuelas es un gusto que sale muy caro, y no cualquiera pueda pagar.
En ese entonces, sin embargo, cosa curiosa, era una comida común de las
familias de escasos recursos, pues no se tenía que erogar ni un peso, sino
solamente el esfuerzo de ir a sacar el alimento de la laguna. La playa de San
Pedrito era muy larga, pues estaba pegada con la de Las Brisas. El Rompeolas
había cortado la corriente fuerte, y por este motivo se formaban un olas muy
bonitas que les llamaban burritos, y en ellas se venían deslizando los jóvenes.
Rememora que era algo parecido al boogie actual, sólo que en aquel tiempo no se
conocían las tablas de surfear, y lo hacían con el cuerpo y con las manos. Era
tanto el calor, combinado con la humedad, que la gente dormía, a pierna suelta,
con las puertas y las ventanas abiertas. Y, por cierto, que a ninguna ventana
se le ponían protecciones. Cuando se cuenta esto actualmente, mucha gente no lo
creé, pero es verdad, pero en ese tiempo no había inseguridad. Todos se tenían
confianza, porque se conocían, y sabían a que familias pertenecían, y también a
los fuereños se les reconocía muy bien. Como la gran mayoría de las casas eran
de tejamanil, había muchos alacranes. Había también muchos zancudos (aquí nadie
les decía mosquitos), pero no había la enfermedad del dengue todavía. Además,
en ocasiones aparecían los molestos jejenes. El que podía, los combatía con
bombas flit de DDT, insecticida que hasta años después se sabe que era muy
dañino para la salud, y que ya no se usaba casi en ningún país, pero en México
se seguía utilizando de manera cotidiana. Un punto importante de la ciudad era
el Mercado Reforma, donde hoy se encuentra la manzana conocida como el Centro
Comercial, el cual tenía la particularidad de que abría a las 5 de la mañana,
por lo que todos los días se veía a las personas que iban a comprar bajando del
cerro desde las 4:30 a.m., pues si no lo hacían así, ya no encontraban nada en
el mercado. O sea que era un centro de abastos para gente madrugadora. Era un
mercado clásico de pueblo, con los comerciantes gritando para invitar a los
clientes para que se acercaran a comprar, las arpillas y rejas acomodados por
todos lados por donde cayeran, donde se vendía mucho carbón, ya que este era un
producto entonces muy necesario, ya que aún no habían estufas de gas;
destacaban en el abigarrado y amontonado mercado las carnicerías de “El Prieto”
Mora y la de Herminio Barreda Mora (quien fue presidente municipal), y la
taquería de carnitas de Elpidia “Pilla” Casillas, quien despachaba junto a su
esposo Sóstenes, ya fallecido. La señora Casillas sigue vendiendo tacos de
carnitas hasta el día de hoy, en un local aledaño al actual Mercado Municipal 5
de Mayo. En ese mercado un tiempo vendió pan Doña Clementina Amaya, mamá del
Lic. Wenceslao. Había en Manzanillo dos súper muy surtidos, los más parecidos
que había en el entonces a los actuales, que eran “La Guadalupe” y los
Almacenes de Pancho Ochoa, ubicados sobre la calle México, en donde hoy se
encuentra Farmacias Guadalajara, el cual era un centro de abastos, donde la
gente podía encontrar de todo, y ahí venía mucha gente de la zona rural, de
diferentes rancherías, cercanas y lejanas, para abastecerse de todo lo que
necesitaban, para no bajar en un buen tiempo otra vez al puerto. Otra tienda
muy famosa era la de las hermanas Durán. Destacaban, desde luego, las de los
chinos, como la Casa Colorada, todavía en funcionamiento, la Tienda Azul y la
Casa Rayada y la Bola de Oro de Naitoh. Sobre la calle Juárez, en la esquina
con la calle México, se encontraba un café de chinos, de la familia Wong, el
“Juárez”. Esa calle lleva ese nombre, igual que lo llevaba este café, porque
por ahí se hospedó durante su breve visita a nuestro puerto el Presidente
Benito Juárez. En donde hoy se encuentra el restaurante Chantilly, se
encontraba por entonces el consultorio del Dr. Bazavilvazo, de cuya familia
sigue siendo el edificio en la esquina frente a la presidencia municipal. Por
ese tiempo, la presidencia municipal se encontraba sobre la avenida México, ya
que el edificio donde actualmente se encuentra, que ya anteriormente a esa
época había estado ahí, frente al jardín Galván, tuvo que ser reubicada tras el
terremoto de 1932 que devastó al municipio, evento en el cual se registró la
salida del mar en Cuyutlán (la Ola Verde). En ese edificio temporal del
gobierno municipal trabajaba su papá, Wenceslao Cisneros Villegas, pues era el
comandante de la policía. Recuerda también que en la escuela Juárez estaba el
teatro “Heliodoro Trujillo]”, el cual tenía una acústica perfecta, en el cual
se presentaban las grandes compañías nacionales, con obras como “El derecho de
nacer”, “Genoveva de Bravante”, “Corona de lágrimas” y “Con quien andan
nuestros hijos”, entre otras. En donde hoy se encuentra el mercado, había un
terraplén donde se instalaba cada año una plaza de toros de petate, y alrededor
muchos juegos infantiles, todo pegadito a la laguna. Ahí se ponían cada año las
Fiestas de Mayo, hasta que se trasladaron al playón, donde se armaba una gran
terraza, en la que se llegaron a presentar artistas como Los Hermanos Reyes,
Los Panchos, Lola Beltrán, El Mariachi Vargas de Tecalitlán, Miguel Aceves
Mejía, Los Tres Diamantes, Los Cometas, Las Hermanitas Huerta y Las Hermanitas
Aguila. Las fiestas las organizaban las personas ricas de Manzanillo. Por allá
por esos años, todavía no era famoso Marco Antonio Muñiz, al que frecuentemente
se le veía cantando acompañado de su guitarra en el Bar Social, como un
trovador. Cada 8 de diciembre había la tradición dentro de los festejos
católicos en honor a la virgen, de que desfilaban todas las señoritas que
estudiaban vestidas de blanco, en un festejo que se conocía como el día de las
señoritas. En una arena de box y lucha que se hallaba donde hoy están las
oficinas de la Comisión Federal de Electricidad, se llegaron a presentar Jorge
Negrete y Pedro Infante. Junto a la Casa del Agua, donde hoy se encuentran
oficinas de la Confederación Nacional Campesina, estaba un hermoso parque lleno
de juegos infantiles, el Del Campesino, el cual, curiosamente, a pesar de
nuestro clima tropical, estaba lleno de hermosos y altos pinos. Después estaba
la escuela del Campesino, donde el licenciado estudió sus primeros años, pues
luego a él y a todos sus compañeros los trasladaron a la escuela Juárez. El
jardín por entonces era muy pequeño, y había la costumbre de que los hombres
caminaban separados y en direcciones contrarias, y la manera de poder llamar la
atención de una muchacha para pasear a su lado, era, la romántica, dándole una
flor que ella podía aceptar o rechazar, mientras que la otra, la divertida, era
quebrarle un huevo lleno de confeti en la cabeza, y si la chica se reía, era
que aceptaba la compañía, pero si se enojaba, no había manera. En el kiosco del
jardín todos los jueves tocaba la Banda de Música de la CROM, que por el
entonces, aun bajo la dirección de J. Jesús Alcaraz, tocaba de manera
excelente. Ahí participaba como tarolista un porteño al que llamaban “La
Bobina”, el cual era el portero titular del equipo de los estibadores, de
manera que, cuando un visor de las Chivas lo vio jugar entre los palos, se lo
quiso llevar a las Chivas de Guadalajara, pero como su mamá estaba enferma,
rechazó la propuesta por los ruegos de ella. Fue así como entonces fijó sus
ojos en otro joven portero manzanillense que descollaba, aunque de menor
calidad que La Bobina; se trataba de Jorge “El Tubo” Gómez, hijo del
administrador del ferrocarril. En el rompeolas había dos terrazas, la de
Sánchez Díaz, y la de Lázaro Carreón, una con música populachera, y la otra más
fina, y al final, las dos se unieron en una gran terraza a cargo de Carreón, un
nicaragüense asentado en Manzanillo, quien compró la otra parte. Por entonces,
un compositor local, el Che Andrade, compuso una melodía inspirada en la gran
enramada que se hacía cada año por motivos de las Fiestas en el playón, que
tituló “En la enramada”, que grabaron con un enorme éxito “Los Hermanos Reyes”,
pero no le dieron el crédito ni las regalías al compositor porteño, que se
consagraría en nuestra memoria para siempre, con su gran tema “Lindas noches de
Manzanillo”. Un lugar al que no dejaban ir a nadar a los chamacos, bajo
prohibición estricta, era a la Playa de El Viejo, ya que ahí se habían ahogado
muchos chamacos. Pero se las ingeniaban para escaparse e ir en secreto algunas
veces. No había meteorológico, porque se tenía a Don Cristóbal, El Vigía, por
quien aun se nombra al cerro en su honor, pues fue el último hombre que dio
este servicio hasta muy avanzada edad. Siempre andaba con gorra militar y ropa
de un blanco impecable. Era quien daba todos los anuncios sobre el mar, los
barcos y el tiempo, usando banderas, señales y un riel metálico que golpeaba
para llamar la atención de la gente. Ese era, pues, el Manzanillo que el lic.
Wenceslao recuerda de su infancia.
¡Que bonito es Manzanillo!
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