jueves, 26 de abril de 2012

LOS ADACHI NAITOH, UNA LABORIOSA FAMILIA JAPONESA


Centro Histórico

Por Víctor Manuel Martínez

USOS Y COSTUMBRES
DE LOS PORTEÑOS

Los manzanillenses tenemos edificios emblemáticos, que nos sirven para indicar direcciones, debido a que son edificios antiguos y muy conocidos, que todo mundo sabe en donde se encuentran. Es algo similar a los mojones de piedra o linderos que la gente antigua levantaba en algunas culturas, para señalar sitios de interés o marcar fronteras.

Al hablar  de edificios, hay que decir que, debido a que somos un puerto enclavado en una zona altamente sísmico, no es normal que haya edificaciones altas, y a pesar de que en otros lugares al hablar de edificios se piensa en una construcción muy alta, de muchos pisos, aquí les decimos así hasta a las de dos plantas. El término no es incorrecto, porque no importa su altura, cualquier construcción es también una edificación. Desde luego que, rascacielos nunca hemos tenido.

Así es que, si hablamos de las referencias porteñas, tenemos las siguientes: El edificio Macchetto (calle Morelos), el edificio de la CROM (que a pesar de ser relativamente nuevo, destaca por ser muy alto), el viejo de la CROM (ambos por la calle Juárez), la Presidencia Municipal (Juárez), el edificio Del Río (Balbino Dávalos), el Hotel Colonial (Avenida México), el edificio Moreno (calle 10 de Mayo), el Guadalajara (Francisco González Bocanegra), el Bayardo (esquina de la México con Colhuas), el Yahualica (calle Miguel Galindo), el Linares (calle Francisco I. Madero), el Centro Comercial (Avenida México, abarcando toda una cuadra, con entrada por todas las calles alrededor), el Mercado de los Agachados (Francisco I. Madero), el 5 de Mayo (calle 5 de mayo, abarcando toda una manzana, con entradas por las cuadras alrededor), el antiguo edificio de la Caja Popular y el nuevo (ambos avenida México).

En base a estos sitios, damos referencias. La mayoría de estas construcciones datan de la primera mitad del siglo pasado, y han aguantado ciclones y sismos. Otros son nuevos, pero se destacan por su importancia, modernismo y, sobre todo, por su altura. Hemos perdido con los años como referencias al Palacio Federal (que estaba por la calle Morelos, abarcando toda una manzana, donde ahora está una placita comercial, siendo su parte más importante un estacionamiento público), y a la Estación del Ferrocarril (se encontraba frente a La Perlita, donde hoy se encuentra la Biblioteca Pública “Julia Piza”). También sirven de referencia las escuelas, algunas muy antiguas, así como los templos, de lo que hablaremos en una próxima ocasión.

Los manzanillenses de toda la vida decimos, ahí del edificio fulano a tres cuadras, y nos entendemos perfectamente; pero, si la persona no es de aquí, se queda igual de perdido. Nosotros no decimos, camine hacia el norte tantas manzanas, o al noroeste, no. Damos pistas para hallar más rápido una dirección.

Esas construcciones que miran pasar impávidas el tiempo como si no les afectara en lo absoluto, nos dan también certeza de que, pese a lo rápido que va el progreso y el crecimiento en nuestro entorno, tenemos anclas firmes que nos hacen ver que tenemos una identidad y unas raíces.

El día de ayer en esta sección les presentamos una fotografía del vetusto Yahualica, que se encuentra en venta, y ahora les mostramos algunas fotos de edificios significativos de nuestra ciudad.

LOS ADACHI NAITOH, UNA
LABORIOSA FAMILIA JAPONESA

En el año de 1925, buscando nuevos horizontes, el ciudadano japonés Hashiro Naitoh emigró a México. Conoció el puerto de Manzanillo y le encantó, por lo que decidió establecerse, y compró un terreno con una edificación de madera, como eran en ese tiempo la mayoría de las construcciones de nuestra ciudad, en una de las zonas más estratégicas comercialmente, sobre la calle principal. Ahí abrió una tienda de abarrotes, tlapalería, que vendía algunas pocas cosas de ferretería también, a la que denominó “La Bola de Oro”.

Hay que señalar que cuando el señor Naitoh llegó, no hablaba una sola palabra de español. Durante los años treinta, vino del Japón a ayudarle un sobrino, Orinoshi Adachi Naitoh, y al llegar a esta tierra, le encantó, y también decidió quedarse, y empezar aquí una nueva vida y formar una familia, lo que hizo al lado de su esposa, la señora Rosa Koyama. La gente de edad avanzada en Manzanillo identifican a este negocio como “La Tienda de Naitoh”, mientras que la gente más joven, se refieren a ella como “La Ferretería de Adachi”.

Orinoshi Naitoh, quien era originario del estado de Hyogo Ken, cerca de Kyoto, adoptó en nuestro país el nombre de Guillermo Adachi Naitoh, como en adelante se le conoció. Al igual que su tío, cuando llegó no hablaba ni jota de español, y lo aprendió sobre la marcha. Cuando el negocio se fue enfocando hacia la ferretería, cambió su nombre a “Ferretería Pacífico”. Un tiempo también vendieron algunos artículos de pesca, ya que esta era una actividad que le encantaba al señor Guillermo, quien fue uno de los socios fundadores del Club de Pesca de Manzanillo, en el que participaba año con año a bordo de su embarcación “La Cruz del Sur”.

Durante el período de la Segunda Guerra Mundial, al declararle México la guerra a las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón), por presiones de los Estados Unidos y alegando motivos de seguridad, los ciudadanos inmigrantes alemanes, italianos y japoneses fueron concentrados en las grandes ciudades, como Guadalajara, la Ciudad de México y Monterrey, donde tenían que acudir cada sábado a firmar ante la Secretaría de Gobernación.

Tras esa temporada, algunas familias de alemanes y japoneses que vivían en nuestro puerto, prefirieron quedarse a vivir allá, y otras optaron por regresar a sus países de origen. Es por eso que algunas antiguas familias destacadas de alemanes y japoneses ya no permanecen aquí. Pero al señor Guillermo le gustaba tanto Manzanillo, que no lo dudó ni pensó dos veces, y en cuanto el conflicto global acabó, regresó de inmediato a nuestro puerto, para volver a hacerse cargo del negocio.

El señor Naitoh, su tío, decidió junto a uno de sus hijos irse a probar fortuna a Ciudad Guzmán, Jalisco, y abrir allá una nueva tienda, similar a la de Manzanillo, por lo que a partir de entonces, “Ferretería Pacífico” queda a cargo del señor Adachi. Durante el embate del ciclón de 1959, ahí lo aguantaron, y quedaron indemnes, con sólo algunas tejas del techo voladas. Ellos vivían en la parte superior de su negocio, que con el tiempo, fue ya de material. Era un excelente lugar, pues enfrente se localizaba el Mercado de Abastos “Reforma”, y a sus espaldas, el Mercado de Comidas, “Los Agachados”. Por cierto, uno de los hermanos del señor Adachi abrió un negocio similar al de Manzanillo en Nayarit, que hasta la fecha sigue existiendo.

Alrededor de 1980, “Ferretería Pacífico” cambia su nombre al actual, “Ferretería Adachi”. Por ese tiempo, el negocio se divide en dos, la “Refaccionaria Adachi”, y la “Ferretería Adachi”, atendidas por dos hijos de Don Guillermo y Doña Rosa. Cada año, cuando se podía, o cada dos, iban a visitar su tierra natal, Japón. A pesar de haber concursado tanto, ganó muchos premios, pero nunca el primer lugar del torneo internacional de pesca. El torneo de pesca infantil, en reconocimiento a sus méritos y esfuerzos en pro de la pesca deportiva, lleva el nombre de “Guillermo Adachi Naitoh”. Hace 15 años falleció, pero Manzanillo no lo olvida.

Su hijo Fernando Adachi Koyama es ahora quien está al frente del negocio familiar. Como su padre, es también un activo socio del Club de Pesca Manzanillo. “Ferretería Adachi” es uno de los negocios más antiguos de la ciudad, que nunca ha cambiado de domicilio desde 1929, hace ochenta y tres años, cuando nuestro puerto era muy pequeñito.

GALERÍA FOTOGRÁFICA DE PRESIDENTES
MUNICIPALES, EN EL SALÓN DE
CABILDOS DE PALACIO MUNICIPAL

Dentro del Salón de Cabildos del edificio de la Presidencia Municipal de Manzanillo, existe una galería fotográfica muy interesante, que tiene retratos desde el año de 1873 de los alcaldes que han gobernado nuestro municipio.

Hay que recordar que Manzanillo empieza a existir desde 1825 (como puerto, no como municipio aún) en su ubicación actual, al trasladarse el puerto de la Bahía de Santiago, de Salagua, hacia la Bahía de Manzanillo. Así es que, estas fotos, que no comprenden a todos los alcaldes, pero si a su gran mayoría, son muy valiosas.

Ahí se encuentran las imágenes de Ponciano Ruiz, Teodoro Padilla, Blas Ruiz, José María Sánchez Díaz, Higinio Pérez Ochoa, Víctor Sevilla Ramírez, Marcelino Gallardo, Herminio Barreda Mora, José María duarte, Evaristo Brizuela, Carlos Magallón, Saturnino Rodríguez, Juan Pérez Arce, Homobono Llamas, Francisco Pizano, Fernando Solórzano, Luis Bayardo Anzar, Alfredo Woodward, Daniel Sánchez, Felipe Guzmán Mesina, Javier Mata Vargas, Miguel Sandoval Sevilla, Manuel Bonilla Valle, Benito Rincón López, Luis García Castillo, Arturo Castro Guízar, Ramón Navarro Hernández, Aquileo Díaz Virgen, Jorge Armando Gaitán Gudiño, Alberto Larios Gaitán, Humberto Ramírez Palacios, Elías Zamora Verduzco, Ramón Chulines Maldonado, Cecilio Lepe Bautista, Alejandro Meillón Sánchez, Porfirio Gaitán Gudiño, José Luis Navarrete Caudillo, Martha Sosa Govea, Rogelio Rueda Sánchez, Sara Patricia Garibay, Nabor Ochoa López, Alicia Mandujano y Virgilio Mendoza Amezcua. No hay fotografía todavía de la actual presidenta de manera interina, Rosario Yeme.

miércoles, 25 de abril de 2012

LUCHADORES Y ARENAS


Centro histórico

Por Víctor Manuel Martínez

USOS Y COSTUMBRES
DE LOS PORTEÑOS

En Manzanillo casi no se vende la sal fina, molida, como se hace en el resto del país, en que, por lo contrario, casi nadie gusta de la de grano o gruesa. Se conoce al recién llegado a nuestras tierras, porque busca como desesperado tienda tras tienda alguna que expenda sal fina, que es difícil de hallar, más no imposible. Los municipios de Manzanillo y Armería son productores de sal, y una sal de calidad reconocida a nivel internacional, preferida por los grandes chefs. Los márgenes de la laguna de Cuyutlán, desde San Buenaventura hasta cerca de Tecomán, son propicias para extraer este condimento natural. Se sabe que ya desde los tiempos de la Colonia se extraía y comercializaba con gran éxito este producto local. Y si, incluso, nos vamos atrás en el tiempo de la Nueva España, ya antes del descubrimiento de México por los europeos, los indígenas explotaban este recurso. Con ella, se dice que el Rey Colimán le tributaba al emperador azteca. Las salineras locales han certificado, inteligente, este tesoro blanco, como recurso orgánico sustentable, ya que no le agregan químicos, ni en su extracción se daña al medio ambiente. Por cierto que, hasta la fecha, se usa la misma técnica de las épocas prehispánicas para la extracción: la desecación solar, aunque se han mejorado las técnicas de higiene. Esta extracción se hace generalmente en la época de secas. Sí se produce sal fina, que es preferida en otros puntos del país y del mundo, pero los porteños la preferimos lo más cercana a su estado natural, con sus cristales cuadrados gordos. Un cocinero que aprendió a cocinar con esta sal, tiene muchos problemas si luego se traslada a otro sitio en donde se use la sal fina, porque no calcula bien el sazón que debe poner a los alimentos; e igual le pasa a quienes vienen de otros lugares donde se usa la fina, y tienen que empezar a cocinar con la de aquí, que no le hallan a las cantidades exactas que deben poner a los platillos que elaboran. Los costeños colimenses nos sentimos muy orgullosos de nuestra sal, y es por eso que al caminar por las principales calles del Centro Histórico en que se venden artesanía y recuerdos de productos típicos, al lado de los adornos de conchas marinas, dulces de coco y frutos locales, siempre se encontrarán los clásicos y famosos saquitos de sal de la laguna de Cuyutlán, que están empacados para que los turistas los lleven a sus lugares de origen como regalo. Cocineros tan famosos actualmente en los medios de comunicación, como Aquiles Chávez, Benito y Solange y Richard Bayless, siempre afirman que la mejor sal del mundo es la de Cuyutlán. Junto con la sal de algunas regiones de Francia, comparten este honor. Manzanillo, Armería y Tecomán compartimos riberas de la laguna de Cuyutlán, laguna salada, gracias a Dios.

LUCHADORES
Y ARENAS

La Lucha Libre se dice que llegó a nuestro país como deporte-espectáculo allá por tiempos de la Intervención Francesa. En Manzanillo, fue en las primeras décadas del pasado siglo cuando se empezaron a dar funciones de una manera más formal y consolidada, pues, anteriormente, había funciones de lucha itinerantes, con una troupe de gladiadores provenientes del centro del país, a manera de las carpas artísticas, que por dondequiera que llegaban causaban furor, luchando en donde se pudiera, si no se contaba con un ring oficial.

Algunos de los primeros luchadores que hubo en México, fueron policías de la Ciudad de México, que fueron reclutados para el pancracio por el promotor luchístico Enrique Lutheroth, siguiendo el furor que había causado en la Ciudad de México la visita del luchador enmascarado Masked Marvel (La Maravilla Enmascarada), a quien se debe que en México un alto porcentaje de los practicantes de esta disciplina sean enmascarados.

Entre los trabajadores del puerto, estibadores, había uno que había entrenado lucha, que tenía un cuerpo con músculos muy desarrollados, quien había aprendido el deporte espectáculo, y dentro de los ensogados se hacía llamar “El Águila Roja”, quien estableció una pequeñita arena en las bodegas de Careaga. Poco después, se abrió otra frente al jardín, “La 20-30” y hubo alguna más frente a la carpintería de El Colorado. Una de las más populares fue una plaza de toros de madera, que se instaló en Las Palmitas, antes de que existiera la Unidad Padre Hidalgo, en lo que era la orilla de la laguna, y este fue el lugar donde se hicieron los mejores eventos de la época pionera de la lucha libre en Manzanillo.

El promotor ahí era el señor Gómez, enviado de Don Elías Simón, el promotor más influyente, entonces con la arena Canadá Dry, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. En esta arena aparecieron los mejores luchadores de la época dorada de éste espectáculo en el país, como El Santo, Black Guzmán, Black Shadow, El Médico Asesino (Cesáreo Manrique), El Enfermero, Blue Demon, El Bello Califa, Lalo El Exótico, El Carnicero Butcher, El Bulldog (Camilo Pérez), El Lobo Negro, Tonina Jackson, Wolf Ruvinski (originario de Letonia) y Huracán Ramírez (el original).

En esta primera etapa, el mejor luchador local (casi el único destacado) fue “El Águila Roja”, quien sobresalió incluso fuera de la región, yendo a combatir a otras plazas del país por varios años, y alcanzando cierto renombre fuera del puerto. También habían funciones de lucha libre y de boxeo en una arenita improvisada que se montaba de vez en cuando en el amplio terreno baldío que existía en donde después se construyera el mercado 5 de mayo. Ahí se ponían toda clase de carpas para espectáculos, y grandes artistas nacionales también cantaron y actuaron.

Sin embargo, la época dorada de la lucha libre en Manzanillo, con una arena de buenas dimensiones llenándose a tope casi en cada evento, se vivió en los años 80 y 70. Se dio en la Arena de El Crucero, que en sus últimos años cambió su nombre al de Jorge “El Colimote” Gutiérrez, para hacer un merecido homenaje a uno de los mejores boxeadores –sino es que el mejor-, que ha dado nuestro municipio en su historia. Del deporte de las orejas de coliflor hablaremos en una próxima oportunidad. Un gran terreno, propiedad de Don Alfredo Cruz Torres, fue rentado por los promotores que marcaron historia en éste campo en nuestra ciudad, como lo fueron Don Héctor Barba “El Papas”, y Doña Emilia Alatorre “La Papas”.

En esos tiempos, se conjuntó que se trajeron grandes luchadores nacionales, destacados exponentes del pancracio de la región (Colima, Tecomán, y Guadalajara), con el surgimiento de una gran camada de luchadores locales, manzanillenses, gracias a la aparición del mejor entrenador porteño, Pancho El Fierrero. Entre esos exponentes podemos citar a Tamakún (Wenceslao Cisneros Amaya, quien fue el único que luchó a nivel nacional), Los Hammurabi, Chucho Aguayo y Misterio Blanco. Los Mulatos de Tecomán, también fueron muy populares.

Por esa arena, donde también hubo grandes veladas boxísticas, pasaron en gira El Santo, El Matemático,  Rayo de Jalisco y otros. Se dice que el mejor luchador que ha dado México ha sido Rolando Vera, pero a nivel local, destacaron el ya citado “Águila Roja”, en los albores de la práctica del deporte; Babe Face (conocido en su etapa inicial como El Bombero Fuentes, quien batalló al lado de los grandes independientes, como El Solitario, Fishman, Dos Caras, Perro Aguayo, Tinieblas, Canek, Mil Máscaras, e incluso llegó a subirse al ring con la leyenda de la lucha mundial, André El Gigante).

Por cierto, ha existido siempre la leyenda urbana, el rumor, de que este gladiador francés, André El Gigante, quien medía más de 2:20 de estatura, porque padecía gigantismo o acromegalia, alguna vez llegó a luchar en nuestro puerto, en una de sus muchas largas visitas al país. Este hombre, ya fallecido en su natal Francia hace algunos años, protagonizó una de los más grandes encuentros mediáticos en la historia del deporte, en el Madison Square Garden de Nueva York, al enfrentarse por el título mundial de los pesos pesados de la WWF (hoy WWE) al también legendarios Hulk Hogan. Cobraba mucho por presentarse en cualquier lugar, ya que era una gran atracción estar cerca de este gigante, con cara de ogro, quien era capaz de enfrentarse sólo a 3 o 4 rivales, y que sólo pudo ser levantado para recibir un azotón 4 veces en su vida, según se ha registrado en video. Pues, hay  quienes aseguran haber estado en una función en la Arena de El Crucero donde se presentó el gigante. Lo cierto es que, no hay registro oficial de su visita, y los promotores lo niegan también, aunque yo recuerdo ya desde niño haber oído esta historia.

Otros grandes luchadores avecindados aquí y que trascendieron a nivel nacional fueron El Monje Blanco y TNT. Éste último, se presentaba vestido con ropa peluda, largas melenas, barbas y bigotes, que acrecentaban su gran estatura, que rondaba los dos metros, siendo uno de los luchadores nacionales más altos, junto a Mil Máscaras y Tinieblas, y enredada al cuello siempre una terrorífica víbora, que asustaba a los presentes. Se codeó con la más grande de la lucha, y tanta fue su fama, que se presentó numerosas veces en Japón, en peleas estelares, además de ser portada de revistas niponas. Babe Face, también se presentó en varias ocasiones a luchar en las tierras del sol naciente, aunque con menor repercusión.

Algunos luchadores locales no se entrenaron aquí, con Pancho El Fierrero, sino con el Maestro Antonio Cruz, en Guadalajara, siendo en esta ciudad donde también se compraban los equipos, como mallas, botines y máscaras, así como también en la Ciudad de México, en una tienda especializada que se localiza por San Juan de Letrán. Con la muerte de “El Papas”, su esposa Emilia siguió la tradición unos años, pero luego, la asistencia a la arena decayó sensiblemente, y finalmente, el escenario de tantas batallas boxísticas y luchísticas cerró, para dar paso a un estacionamiento y lavado de autos en el barrio de El Túnel. Actualmente, casi no hay luchadores locales, a excepción de unos pocos, que dan espectáculos en las colonias, mientras que los grandes eventos, son traídos por empresas nacionales, como la AAA, presentándose en el Auditorio Manuel Bonilla Valle. Pero lucha local en grande, como antaño, ya no hay.

¡Qué bonito es Manzanillo!

UN MUNDO DE ILUSIONES EN EL PALACIO DEL NIÑO


Centro Histórico

Por Víctor Manuel Martínez

USOS Y COSTUMBRES
DE LOS PORTEÑOS

En Manzanillo tenemos nuestros propios juegos. Y nuestra propia manera de llamar a algunos. Por ejemplo, aquí al juego de la reata le llamamos la brincasoga; así pegado. En todo caso, se dice entre los niños: Hay que jugar a brincar la cuerda; pero lo usual, lo normal es decir que se va a jugar a la brincasoga.

Un juego muy particular es la matatena, que combina la habilidad de los participantes con el azar. Ahora ya se venden kits o paquetes para jugarla, pero anteriormente se jugaba con una pelota cualquiera, sobre el piso o la tierra, y las figuritas, que ahora son de plástico, eran de metal, grandotas, o hasta otros objetos. La pelota es pequeña para que se pueda agarrar con una mano, y tiene que ser elástica para dar un bote importante. Mientras se está produciendo el rebote, se recogen las piezas en el suelo, previamente arrojadas. Por alguna razón se decía que era un juego de niñas. Mi mamá tenía fama de que en su niñez, allá en el barrio de La Playita de En Medio, había sido muy buena jugadora.

Un juego que tiene una historia muy interesante, es el asiático dundibiyo, que llegó a Manzanillo a finales de los años sesenta, tras de una exhibición cultural dada por los tripulantes de una embarcación nipona que visitó nuestro puerto, realizada en el teatro de la Concha Acústica, al fondo de la Unidad Padre Hidalgo. A los niños les encantó el juego, que en aquella ocasión se presentó en forma de baile, y empezaron a jugarlo casi de inmediato con reglas propias, creadas aquí mismo. Se empezó a practicar en la Plaza Cívica del Seguro Social, y en las nueve cuadras de la unidad, así como en La Pedregosa, el barrio de San José y los palafitos. Se le bautizó localmente como charangáis, y no falta quien le llame también changaráis.

Este juego, con reglas diferentes pero los mismos elementos básicos, se juega en Corea, China y Japón. Poco a poco se fue jugando en otras colonias, y ya para los años setentas no se podía decir que hubiera un niño en Manzanillo que no conociera este juego. Luego el juego traspasó fronteras geográficas y se fue extendiendo lentamente al resto del estado, aunque hay que decir que nadie era consciente de su origen. Después de alcanzar su pico máximos entre finales de los setentas y mediados de los ochentas, a partir de los noventas el juego empezó a pasar de moda, lamentablemente. Nunca se fomentó desde alguna dependencia de gobierno su conservación como algo cultural, haciendo por ejemplo algún torneo entre barrios, ya que el charangáis es competitivo, más bien tirando a ser deportivo, y aun se puede jugar entre adultos, no sólo entre niños.

Para jugarlo se ocupan dos palos, uno más grande que el otro, y dos ladrillos. Generalmente estos palos se obtienen de cortar un trapeador. Por cierto que la Federación Mexicana de Juegos y Deportes Autóctonos y Tradicionales, A. C., dependiente de la confederación Deportiva Mexicana, tiene registrado al charangáis como un juego y deporte propio de Colima (más específicamente, es de Manzanillo), y se incluye cada año en las olimpiadas de la federación, evento que se realiza desde el 2002. No obstante, la Federación cometió el error de considerar al charangáis como un juego prehispánico colimense, pues antes de los años sesenta ningún porteño conocía este juego-deporte. Pregúnteles y verá.

Por cierto que, como muchos manzanillenses tienen primos en Guadalajara, estos se llevaron el juego para allá, pero en el viaje perdió letras, y allá le pusieron changais, porque se les hacía más fácil.

Un lugar muy destacado entre los juegos preferidos por los porteños es el del resorte, que se hace precisamente con un resorte comprado en una mercería o alguna tienda de abarrotes que los venda, y a jugar se ha dicho, saltándolo en varias posiciones, mientras que dos compañeros lo sostienen entre sus piernas. Ahora todo es futbol, y hasta las niñas ya juegan al balompié.

UN MUNDO DE ILUSIONES EN EL PALACIO
DEL NIÑO, DESDE HACE 46 AÑOS

Cuando una muchacha se iba a casar en Manzanillo, tenía pocas opciones para conseguir su albo ajuar; una: encargarlo con una modista capaz, y dos: viajar hasta Guadalajara para comprarlo hecho, o ya de perdis a la ciudad de Colima. El viaje de cajón era hecho en compañía de la emocionada mamá, que le ayudaba a escoger la prenda. Viendo que había una oportunidad de negocios, una modista, recientemente egresada de una escuela de corte y confección, al darse cuenta de que era muy solvente en su trabajo, decidió abrir una tienda en Manzanillo, donde se vendieran modelos para novias, confeccionados de todo a todo por ella misma. Aquello fue un éxito, pues en Manzanillo no había algo así. La señora María Dolores Rodríguez Durán le puso a su negocio El Palacio del Niño, porque, viendo que de vender vestidos de novia no se iba a mantener, decidió meter venta de ropa para bautizos y primeras comuniones. Fue en el mes de mayo de aquel año que aquel negocio arrancó. Hasta la fecha, muchas señoras que pasan por ahí, se acercan con la propietaria para decirle que ahí fue donde compraron su blanco vestido que llevaron al altar. No pasó mucho tiempo para que, alentada por el gran éxito, decidiera ampliarlo, introduciendo vestidos para fiestas de quince años. Las ventas se dispararon, favoreciendo este hecho el que no hubiera ninguna competencia. Eran tantos los pedidos, que la señora decidió, con las ganancias obtenidas, acudir a Guadalajara para hacer compra de vestidos de bodas y quince años ya hechos, y vio que se vendieron igual, por lo que a partir de ese momento, decidió dejar de elaborarlos ella misma. Desde entonces y hasta ahora, El Palacio del Niño siempre ha estado ubicado en Miguel Galindo 45. Hay que decir que las ventas ya no son las mismas, pues ahora hay mucha competencia; pero ella fue la que abrió el camino, siempre ayudada por su esposo, el señor Arturo Gudiño Tapia.

UN SENSACIONAL TROMPETISTA,
DON ARTURO GUDIÑO

Aquí nos enlazamos con otra interesante historia. La de uno de los más grandes músicos que ha dado nuestro estado, injustamente olvidado. Ya hace tiempo que no toca su instrumento, y ve pasar la vida con mayor tranquilidad detrás del mostrador del El Palacio de El Niño, pero recordando con añoranza melancólica los tiempos en que amenizó los más grandes bailes desde El Rompeolas de Manzanillo, hasta las pistas de La Perla Tapatía, Guadalajara.

Estudiaba la primaria en Colima Don Arturo en el año de 1940, cuando un grupo de más de ochenta muchachitos fue seleccionado para estudiar música en la Escuela Montalvo, que se ubicaba cercana al Teatro Hidalgo. Se trataba de un esfuerzo cultural emprendido por el gobierno del estado del entonces. Ahí aprendió los rudimentos de la lectura de partituras con solfeo, y luego escogió especializarse en trompeta, que era el instrumento musical que le llamaba la atención. La enseñanza con verdadera disciplina militar, ya que al frente de los jóvenes había un maestro que era Capitán del ejército, ya retirado, que habían traído con ese fin de Ciudad Juárez.

De ese grupo surgió la Banda Infantil de la Ciudad de Colima, y un puñado de músicos, que después formaron parte de las principales orquestas y grupos de nuestra región. El señor Gudiño también estudió tres meses de piano con un maestro particular, sólo para saber más de su arte, lo cual le ayudó a después ser un excelente director de orquestas. Ahí estuvo aprendiendo, pero al año y medio el maestro se fue nuestro estado, y el grupo se disolvió. Aprovechando lo que ya sabía, de inmediato se metió a una orquesta, donde empezó a obtener experiencia.

Atenazado por el deseo de progresar, decidió irse a estudiar al Conservatorio en la Ciudad de México, hospedándose en la capital con un primo. Ahí aprendió durante otro año y medio.

Inmediatamente, las grandes orquestas se lo peleaban, para que pasara a engrosar sus filas, y fue así como ingresó primeramente a la de Benito Martínez, que tenía una fama cimentada, y gracias a su sapiencia, se convirtió en la primera trompeta. Lo hacía tan bien, pese a ser más joven que la mayoría de sus compañeros, que la famosísima orquesta de Emilio Torres lo invitó a formar parte de sus músicos, siendo compañero de Carlos Naranjo, padre de El Colorado Naranjo. Cuando Don Emilio tuvo que dejar un tiempo su formación, el talentoso joven pasó a ser el director de la misma.

Entonces, deseoso de tocar y convivir con gente de su edad, buscó a sus amigos de los tiempos de la Montalvo, y se empezaron a reunir para ensayar y tocar por diversión. Lentamente se fue consolidando una orquesta con catorce elementos, de manera natural, y el puesto de director recayó, desde luego, en quien los había reunido y sabía más de la materia, Arturo Gudiño. Es así como nace la Orquesta de Arturo Gudiño. Pero para que esto fuera realidad, se requirió el patrocinio de Don Octavio Macchetto, quien les apoyó para que tuvieran todo lo necesario, hasta los atriles para poner las hojas con las partituras y los vistosos uniformes.

La orquesta fue patrocinada ya cuando trabajaban por Carta Blanca y en otras ocasiones por Canadá Dry. Para tocar escogieron un repertorio alegre, donde predominaba la música bailable usual por entonces: Fox, swing, bolero, jazz, polkas y blues. Claro que, sin dejar de lado la música de Agustín Lara. Arrancaron, pues, en 1949. Luego fueron agregando chachachá, mambo, cumbia y con el correr del tiempo, hasta rock and roll. El sitio donde empezaron a tocar todos los domingos al mediodía, fue en el balneario de San Cayetano, propiedad del señor Rueda, en Colima, donde se organizaban amenas tertulias. Entonces surgieron las invitaciones para tocar en Tecomán, Cuyutlán y, finalmente, Manzanillo. También iban hasta Cihuatlán, y entonces, como no había puente, cruzaban el río en canoa. Hasta Guadalajara llegaron a ir en infinidad de ocasiones.

Hay que decir que la Orquesta de Emilio Martínez, que anteriormente dirigiera, decayó muchísimo tras su salida. El propio Carlos Naranjo tocó en la Orquesta de Arturo Gudiño un tiempo.

Al llegar a Manzanillo las primeras veces, el grupo tocaba en la terraza de Sánchez Díaz, ubicada en el Rompeolas. Por ese tiempo, Don Lázaro Carreón apenas tenía una pequeña terracita sobre la playa de San Pedrito. En Colima escaseaba cada vez más el trabajo, mientras que aquí aumentaba. En el año de 1953, por esta misma causa, hasta entró a formar temporalmente parte de un mariachi propiedad de uno de sus amigos, música que no era normal que interpretara. Retornó, pues, a dirigir una orquesta, ya más pequeña. Entre los años de 1954 a 1958 casi vivía la orquesta en Manzanillo, donde tocaban casi a diario, aunque seguían yendo a Colima a visitar a sus familias. Durante las vacaciones de Semana Santa, los bailes más socorridos eran en Cuyutlán, que por entonces era aun parte del municipio de Manzanillo.

Don Lázaro progresó y empezó una terraza ya más grande sobre la calle Hidalgo, bajo el Sector 6. Por entonces, la orquesta ya era de nueve miembros, pero tocaban mejor que nunca. Posteriormente, Don Lázaro adquirió la terraza del Rompeolas, la cual amplió, y ahí empezaron a amenizar los bailes, con recitales desde las ocho de la noche, hasta más allá de la medianoche. Hasta más de cien personas acudían a oírlos tocar. Recuerda Don Arturo que ya para entonces la legendaria Banda de la CROM había decaído mucho, porque ya no estaba con ellos su director, J. Jesús Alcaraz, y seguían tocando por compromiso en el kiosco del jardín principal Álvaro Obregón, aunque con muy mala calidad, recuerda.

En el 58, ya siendo Don Arturo novio de su ahora esposa, Doña María Dolores Rodríguez Durán, no dejaba de venir a Manzanillo todos los domingos para visitarla y pasear con ella, por el jardín y hasta la punta del Rompeolas, yendo hacia el faro. Fue por ese ir y venir, que cuando pegó el ciclón del 27 de octubre del 59, él estaba en la capital de nuestra entidad.

En el año de 1962 se casó con su mujer, y sin dudarlo, se vino a vivir en definitiva a Manzanillo. Aquí se hizo amigo de un grupo de jóvenes músicos de origen tapatío, y formaron un conjunto o combo pequeño, pero de gran calidad, con órgano, guitarra, batería y trompeta. Don Arturo era el líder nato, desde luego. Ellos empezaron a tocar de manera fija en el ya desaparecido restaurante Bugatti, propiedad del italiano Franco Estaray Bugatti, el cual se ubicaba en el crucero de Las Brisas. Ahí tocó hasta ya mediados de los años setentas. Lo que sí es que ahí se hizo muy famoso tocando una pieza propia de las corridas de toros, “La Virgen de la Macarena”, que lo consagró entre los porteños. En ese lugar fue apreciado por muchos turistas nacionales y extranjeros, que acudían a visitar este restaurante. De repente, un día decidió retirarse, para atender más de cerca el negocio propiedad de su familia.

En el año de 1993, el municipio le hizo un pequeño homenaje a instancias del Lic. Marcos Virgen, donde se le regaló una trompeta. Tenía muchos años que no tocaba nada. Ya no tenía ni trompeta. Acudieron sus amigos que le acompañaban en el Bugatti, y rápidamente improvisaron un concierto. Se echó a andar una grabadora y se guardó el sonido en una cinta, quedando un concierto muy bien captado, que algunas personas que ahí estuvieron todavía conservan. Don Arturo tiene una copia.

Los temas favoritos de Gudiño para tocar y para escuchar son Polvo de Estrellas, Siempre en mi Corazón y Manhattan. En sus conciertos acostumbraba incluir melodías como “Vals Sentimiento”, de J. Jesús Alcaraz; “Viva Autlán”, de Clemente Amaya (que he de decir con orgullo que era mi tío) y canciones del repertorio de Agustín Lara.

Actualmente ya no tiene ninguna trompeta en casa, y hace años que no toca, por lo que supone que ha perdido la embocadura. Pero eso sí, como si fuera a salir a tocar el día de mañana, tiene un enorme archivo de partituras guardadas, con partes para todos los integrantes de una orquesta en forma para cada pieza.

¡Que bonito es Manzanillo!

REFUGIO DE ALFONSO MICHEL


Centro Histórico

Por Víctor Manuel Martínez

USOS Y COSTUMBRES
DE LOS PORTEÑOS

Hasta hace no tanto, las tuberías del drenaje en Manzanillo eran muy angostas, chicas, y hasta de barro. De modo que cuando caían lluvias torrenciales, lo cual no es nada raro, las coladeras no abastecían para recibir todo el gran caudal de agua que bajaba de los cerros y caí del cielo, y los canales pronto se desbordaban, como los del Seguro Social.


Año con año en algunas colonias se veía el triste espectáculo de personas que perdían todos sus muebles, pues el agua entraba hasta más de un metro. Los que tenían segunda planta, se apresuraban a subir sus pertenencias, y si no les cabían, las amarraban en las escaleras. Lo digo por experiencia propia, porque en la Unidad Padre Hidalgo, donde crecí, hasta muy entrados los años noventa tuvimos estos problemas. Al ser la casa de mis padres de dos pisos, salvábamos lo más que podíamos trasladándolos hacia la parte alta. Después que cesaba la lluvia, que a veces duraba hasta dos días, las calles quedaban inundadas. Casi no había ninguna que no tuviera un enorme charco, y los niños entonces salíamos a jugar en los charcos, mojándonos.


Los automovilistas hasta la fecha tienen la mala costumbre de que, cuando ven a una persona muy arregladita caminar por la banqueta en una cuadra con charcos grandes, aceleran para levantar una gran ola, y mojarla. A todas luces, es una costumbre muy fea. Entonces, la persona mojada, sorprendida y enojada, no podía dejar de expresar, muy porteñamente: ¡Me charpeó!


Esta es una palabra que, por favor, no debe intentar hallarla en el diccionario, pues charpear es algo muy local, muy de nuestro estado, y aquí se usa, en el puerto, a pesar de tanta gente que ha venido a trabajar en los últimos años. todavía se usa mucho. Es más, muchos de los recién llegados ya aprendieron a emplearla. Bueno, difícilmente en una entidad tan pequeña, y donde hay tanta relación entre todos los municipios, por cercanía e historia común, podríamos hallar costumbres de un municipio, que no se repitieran en el resto.


Curiosamente, en algunos pueblos pequeños del país, aislados y alejados entre sí, también se usa esta curiosa mención, por ejemplo, según supe, en algunas comunidades de Guanajuato y Tamaulipas. Al parecer, la palabra viene de charco. Entonces cuando alguien es mojado o salpicado, debería decir que fue charqueado, que los charquearon; pero, con el paso del tiempo, todo se fue distorsionando, y acabó en charpear, charpeado, charpearon (¿charpeáis?).


Lo cierto es que, muchas palabras que se usan en los ranchos, que tomamos como incorrectas, incultas y tontas, provienen del español antiguo, y en los libros viejos de historia se encuentran utilizadas con gran pompa y elegancia, y hasta en el propio Quijote. Aunque desaparecieron de las grandes ciudades con el desarrollo de la lengua con el correr del tiempo, que se fue uniformando también gracias a las escuelas, diccionarios y libros de todas clase, algunas poblaciones rurales fueron quedando como islitas del viejo hablar de los tiempos de la Colonia: Ansina, truje, muncho, etcétera. ¿Estará por ahí el origen del charpeo?


Lo bueno es que en nuestra ciudad y puerto las tuberías han engrosado y son de mejores materiales, y se han llevado a efecto muchas obras eficaces e importantes que han hecho que cada vez haya menos charpeadas. Si es de aquí, usted me entiende. Por cierto, ya que está tan de moda entre los chavos decir la recurrente interjección: ¡No manches! Quizá aquí debiéramos cambiarla por algo más local, como sería decir: ¡No charpeés!


REFUGIO DE
ALFONSO MICHEL

Antes de que el gran pintor colimense Alfonso Michel se asentara en el Barrio de El Vigía en el Sector 1, durante su estancia en Manzanillo, vivió otra temporada un poco menos conocida en la Flor de Mayo, antigua casa de huéspedes del corazón de nuestro puerto, aledaña a la escuela Vicente Guerrero, que todavía funciona con el mismo propósito. Fue Michel una de las primeras personas que se alojaron ahí, y seguramente, la más famosa. En ese tiempo, el gran artista, recién llegado de Europa, andaba vestido como si fuera un hippie (aunque estos todavía no existían como una tribu urbana, como se dio varias décadas después), con el pelo largo, huaraches o mocasines, y un morral de cuero donde se dice que traía en ocasiones lienzos y pinturas, aunque no se recuerda haberle visto pintando. Llamaba la atención de todos en Manzanillo por su corpulencia, y porque tenía de mascota un pequeño felino, al parecer un tigrillo, amaestrado, sujeto con una correa. Sabían que tenía la profesión de pintor, aunque pocos sabían lo famoso que ya era. Su estadía en el lugar la recuerdan muchas personas con edad suficiente para ello. También algunos hablan de que pintó algo en una barda, de lo que no hay huella ninguna.


Recuerdo que en los años setentas administró ese lugar una tía mía, Teresa Cisneros Amaya, y yo iba con mucha frecuencia a este lugar, que por entonces funcionaba más como hotelito de paso de mala muerte, que como alojamiento para visitantes. En el primer cuarto entrando a mano izquierda, está el cuarto mejor construido, con una gran ventana enrejada que da hacia la calle. Ahí vivía mi tía. El lugar está casi igual que entonces. Ahí es en donde se dice que se alojaba Alfonso Michel, al ser el huésped que mejor pagaba. El actual administrador dice sólo haber escuchado historias, ya que el vive ahí desde el año 1959; pero la Flor de Mayo ya tenía muchos años de estar funcionando.


Al llegar al lugar, me percaté de que la fachada está casi igual, hasta en los colores. Las puertas de madera son las mismas de los años setenta, y ya para entonces quien sabe cuantos años tendría. El letrero con la leyenda “La Flor de Mayo”, es el mismo de los tiempos en que visitaba a mi tía. El piso de mosaico amarillento es también el mismo todavía. El patio central está menos verde, pues cuando lo conocía tenía macetas con flores y plantas verdes muy bien cuidadas. Ya no mira hacia la clínica Santa Mónica, que estaba enfrente, sino a las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad. Todo alrededor se ha modernizado para ella sigue igual. Hasta la 21 de marzo cambió, pues ahora es de doble sentido.


Nunca fue la casa de huéspedes principal del puerto, para nada, pues no era competencia para Petrita. Hoy sin embargo, es la más antigua que queda en pie, y casi en su estado original. La construcción ha resistido infinidad de temblores, y varios con magnitudes por encima de los 7 grados centígrados, y para su edad, está maciza, resistente, y no se ven grietas o cuarteaduras que asusten en sus vetustos muros. Nos dicen que rentar un cuarto ahí es muy barato, así es que muchas familias pagan una renta por su cuarto, y se ha formado como una especie de vecindad.


En la entrada, todavía están unas largas bancas de piedra, muy rústicas, y todas las puertas son de madera muy antigua, con el cásico color café de siempre. Nunca se le ha dado valor ni aprecio a esta construcción, con tanto tiempo de existir.


En cuanto a Michel, hay que decir que nació en la ciudad de Colima en 1897, en el seno de una familia importante y acaudalada. Se dice que sus dos grandes amores eran la pintura y el mar. En la década del los veinte se fue a vivir a Europa, donde conocía las tendencias más avanzadas y vanguardistas de la pintura mundial. Se consagró en 1947 con una gran exposición individual en la capital de la república. Murió en 1957 en la Ciudad de México.


Vivió muchos años en el Sector 1 en una casa muy bonita, que se destacaba por estar muy bien cuidada en todos los detalles. Su casa estaba por la subida de la calle Balbino Dávalos, por la subida a la iglesia de Guadalupe, a espaldas de la Armada, cerca también de la casa de Don Cristóbal Rodríguez, El Vigía. Aquí vivía en invierno, y tenía este domicilio como casa de descanso, y el resto del año lo pasaba en París. Cuando estaba en el puerto, se vestía como un porteño más, con ropa fresca y playera, con bermudas y camisas vaporosas de manta. También le gustaba mucho Cuyutlán, que hay que decir que por ese tiempo, al igual que Armería, era parte de nuestro municipio. Se dice que se refugiaba en la costa, para librarse de influencias en su búsqueda de aplicar el cubismo a temas mexicanos. También se sabe que su familia, acaudalado, como ya hemos dicho, tenía un gran predio en la costa colimense, propiamente una hacienda, Las Humedades, cercana al río Armería, y ahí se refugiaba en otras ocasiones Michel. Ya desde 1920, por cierto, viajaba al viejo continente. Todo un personaje colimense, que mucho tiene que ver con nuestro puerto.


LOS DULCES DE
LA OLA VERDE

Se extraña el puesto de dulces La Ola Verde, el cual era una mera mesa que se colocaba a la entrada de un alto edificio sobre la calle Juárez, a un costado de lo que por mucho tiempo fue el Cine Bahía, el de más caché del puerto, y en donde hoy se ubica la tienda Waldo´s.


Ahí se podían hallar los más tradicionales dulces de la región, como las cocadas en diversas presentaciones, los alfajores, los pellizcos, los borrachitos, dulces de tamarindo, algunos panes, palomitas y saquitos de sal. Por su ubicación privilegiada, a pesar de su minúsculo tamaño, vendía mucho, pues los turistas llegaban ahí a llevarse un recuerdo.


Algún tiempo ahí también vendieron nieves de chorro. En la actualidad el puestecito ya no existe. En su lugar se venden recuerditos para los turistas. Pero en cualquier rato quizá vuelvan a vender dulces, que al cabo que también los dulces típicos de Colima son un buen recuerdo para los turistas.


¡Que bonito es Manzanillo!